Pequeña medusa sudorosa por Diego Daniel Cordero

¡Qué noche aquella en la que te vi con la blusa mojada Estefanía!

Comenzó como un día cualquiera, terminó como el final de una película adolescente, aunque bueno, tú y yo ya somos adultos. Te vi entrar por el vagón de la oruga y  yo te besé en medio de la gente, de los olores, de las panzas verdes, en medio del canto de aquella anciana que olía a fatigada y luego bajamos temblando de frío.

La lluvia nos aguardó para aplastarnos un millón de veces en la mitad de la calle. Corrimos, caminamos, saltamos por encima de los charcos, esquivamos las olas de lodo que los carros nos arrojaban ferozmente. Reímos. Gritamos. Nos humedecimos los dos juntitos. Te abracé y entonces sentiste mi humedad por entre tus brazos y alrededor de ellos, encima de ti, cubriéndote toda…

…y te humedeciste más Estefanía.

Entonces compramos un par cervezas y las bebimos como si hubiésemos estado corriendo todo el día en medio de un desierto sin oasis, como si estuviésemos de pie debajo de un sol intempestivo o volando entre el aire caliente que salía de nuestras propias bocas. ¡Si! las bebimos impacientemente para que el alcohol entrara rápido al sistema y perdiéramos pronto la razón.

Luego fuimos a escuchar aquella banda cuyo nombre nunca supimos pero que me puso la piel toda escandalosa, llena de poros y llena de ti. Esa música que me sacó las emociones desde adentro como si yo fuese una naranja ácida y me exprimieran todo el jugo, dejándome en puro gabazo. Y entonces me dieron ganas de estar drogado, ganas de estar ácido, ganas de ser jugo de naranja, me dieron ganas de estar a tu lado, humedeciéndote más y más Estefanía.

Las luces se apagaron y yo te tomé de la mano y te llevé hasta el centro de aquel mar Estefanía, un mar de gente, de sudores, de gritos, de emociones, un mar de éxtasis. Las luces se apagaron y yo te dije que estuvieras lista para la tempestad y entonces comenzamos a patalear, a saltar, a nadar entre los brazos agitados, entre los golpes, entre los gritos. Las luces se apagaron Estefanía y yo te perdí de vista.

Nadamos cada quien por su rumbo y tú ya no estabas a mi lado Estefanía y yo seguía feliz, sin ti, tú no te diste cuenta y ya estábamos muy lejos el uno del otro. La gente, la distancia, el ruido, el mar, las olas. Tu humedad, la mía. Tú no te diste cuenta, yo estaba lejos de ti Estefanía, nadando en corrientes más frías.

El ruido se hizo cada vez más fuerte. Los golpes cada vez más duros. El sudor cada vez más caliente. Y tú y yo cada vez más lejanos.  Y te vi, del otro lado del mar Estefanía, a la orilla, sobre las rocas de un acantilado, viéndome nadar hacia ti, desesperado, ahogándome, entre los golpes y el humo y los gritos de todos y también entre los sudores y la sangre seca de sus caras.

Te vi sentada ahí viéndome nadar hacia ti Estefanía y me pareciste tan hermosa, cantando Fugaz con tu cabello de lado, escurriéndote el sudor sobre los hombros, y tú me mirabas y me cantabas a lo lejos, me susurrabas esa canción que tanto te gusta y ser tu sueño fugaz y ser tu sueño fugaz Estefanía, seguías ahí gritándome en silencio aquella extraña canción y ser un sueño fugaz que de paso te convierta el rostro en una canción Estefanía, una canción que me gritabas con la mirada, intensa como la noche y ser tu ocaso y tu aurora que por las noches te devora, ser de tu mente un pensamiento que vuele a través del tiempo y entonces yo volaba hacia ti Estefanía, atraído por tu canto,  por tu susurro, por tu mirada, atraído por tu humedad Estefanía que se te escurría por todo el cuerpo.

Y me dieron ganas de ser sudor

y bajar por tu cabeza, escurrir en tu cabello, en tu cuello, por tu espalda, por el medio de tus pechos y de tus dos nalgas. Me dieron ganas de ser sudor Estefanía y encharcarme en lo profundo de tu ombligo oscuro y luego escurrirme y humedecer tus zonas, y convertirme en tu humedad Estefanía, y secarme pegajoso, adherido a tu piel y a tus olores.

Me dieron ganas de ser sudor, Estefanía.

La música cesó, tan sólo por un instante para luego volver, estridente, escandalosa. La tempestad de las olas se convirtió en remolinos gigantes de personas que se golpeaban al ritmo de la música, que gritaban juntos ¡ven y arréglame el alma! y entonces se desarreglaban todos los cabellos y los dientes y los orines volaban, las cervezas volaban, los vasos volaban como gaviotas fugaces, repartiendo dosis perfectas de frío y calor sobre las cabezas mojadas de las personas.

Y yo caminaba hacia ti Estefanía y tú estabas ahí, meneándote como un pequeño pez en un gran charco, tan libre, tan feliz, tan juguetona y yo seguía ahí Estefanía, caminando, encantado por tus meneos.

Entonces pude alcanzarte y fui como aquel demonio que vendió su alma por un par de piernas y te abracé y te tomé fuerte del brazo y no dudé, nos lancé hacia el centro de aquel remolino, el más grande de todos y nos dejamos llevar, en círculos, en golpes, en gritos, en felicidad Estefanía, girábamos rápidamente como todos los demás lo hacían y tú estabas radiante Estefanía, con tus cabellos rubios, como para vender el alma.

No sé bien qué sucedió aquella noche, todo fue tan embriagante, tan ruidoso, tan caótico, tan lleno de sudores, lleno de olores, lleno cerveza y de orines calientes. La noche era caliente, húmeda, mojada, mojada y caliente Estefanía, tan rápida y tan desesperada y tú eres como aquella noche Estefanía y yo sólo quiero volver a ser sudor y escaparme por entre cada uno de tus poros y evaporarme y ser tu aroma Estefanía.

Esa noche te dije que me parecías como una pequeña sirena, tan sumergida en aquel mar inquieto. Tú me dijiste que no, que qué tonto, que eras más bien como una pequeña medusa, electrizante, transparente, suave y entonces te vi Estefanía, escurriendo tu tinta por encima de todos y yo te dije que claro, que qué tonto, que te también te escurrieras encima de mi…

…pequeña medusa sudorosa.

 

Con cariño para mi pequeña amiga Estefanía, porque siempre está conmigo y también porque odia su nombre. Estefanía.

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