PITA AMOR: LA QUE ARDIÓ EN SU LLAMA por César Bringas

Porque el amor perdona multitud de pecados

1 Pedro 4:8

Yo observaba en secreto tus pecados

Guadalupe Amor

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De niña, al conocer la historia bíblica de Moisés, Pita Amor lloraba por el destino del hombre que por un error no entró en la tierra prometida, mientras veía al resto de su pueblo, indignos, llegar a la leche y la miel. Qué presagio de su propio destino era ese, me pregunto ahora.

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Cuando la conocí yo no era yo.

Cuando la conocí ella era un hombre vestido de anciana que recitaba poesía en un programa de variedades. Cuando la conocí yo era un niño de ojos grandes. Entonces la vida tenía otra música, el ritmo era distinto y todo era distante. Cuando la conocí pasaba desventuras económicas y cómicas con su enfermera, pero siempre, siempre recitaba poesía en cada episodio.  

En ese entonces, me acuerdo bien, la palabra poesía existía pero no su significado, después sí. Cuando la conocí. Recuerdo que si juntabas las palmas y hablabas lento podías contar las sílabas y si ponías más atención encontrabas la sinalefa, o eso decían en la escuela.

Mi madre de niño a mí me leía otras cosas, sobre gigantes, magos, amores imaginarios, gordos analfabetos que siguen en sus locuras a un anciano desquiciado. Porque mi madre, con sabiduría propia de quien sabe que la manera de entrar al dolor se guarda para después, me leía otras cosas. En otoño sobre todo, nos acostábamos en su gigantesca cama y leía.

Cuando la conocí yo no era yo, ni ella era ella, tendrían que pasar los años, la lluvia, las carreteras y los perros desconocidos, tendrían que pasar el azoro y las prisas, la música y el odio junto a las risas para que ambos en mi cabeza fuéramos lo que somos ahora.

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Querida Pita:

¿Has, alguna vez, tomado tanto que cuando duermes parece que estás en la playa?

¿Has, alguna vez, pensado en lo divertido que sería poder levantar tu piel como lo hacen las serpientes?

¿Has, alguna vez, querido ser la gaviota que se adentra en el mar o, mejor aún, ser la golondrina que decide no volver o, mejor aún, ser las plumas del ave bajo un auto?

¿Has, alguna vez, llegado a la orilla y dicho: después de éste se terminaron los abismos, pero resulta que no?

¿Has, alguna vez, convertido a una peligrosa Aldonza Lorenzo en una Dulcinea del Toboso de mucho cuidado?

Yo sí.

Y me gustaría mucho, mucho poder preguntártelo.

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Dependiendo de la fuente que consultes su fecha de nacimiento varía: 1917 dice Beatriz Espejo. 1918, dice Poniatowska y 1920 dicen Schuessler y Elisa Robledo. Elvira García aclara, en un pie de página, que su acta de nacimiento pone: 30 de mayo de 1917. En su Confidencia de la Autora, Pita dice “nací en este siglo (XX) en todo y por todo, claro que siendo mujer no voy a precisar en qué año”.

De modo que este puede ser el aniversario 99, el 101 o el 102 de su nacimiento. Me divierte el juego de las fechas distintas, y escribir esto ahora, a un año de haber participado en las charlas que celebraban su posible centenario, quizá el próximo también haga algo.

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Guadalupe: nombre mexicano a más no poder. Teresa: relacionado al misticismo de su sangre española. Schmidtlein: el vértigo alemán. Amor: la locura, encerrada en cuatro letras, practicada en una nota musical, el Do Mayor. Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein.

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Cuando Pita crecía, igual que todos los hijos menores, lo hizo de manera sobre protegida y quizá un poco exagerada, igual que les pasa a todos los hijos menores. Yo soy un hijo menor, también. Entonces a los dos nos cuidaron del viento, del sol y de las risas detrás de la espalda/ el mal de ojo/ nos protegieron de ellos, los que no son nosotros.

A veces me gusta encontrar los puntos en común que tengo con otras personas, sé que suena trillado, pero como todos los clichés es verdad. Todos los hijos menores crecemos con la idea de que los que son ellos, los no nosotros, pueden hacernos daño si nos separamos de la tribu. Pero ¿en qué momento dejaste, tú, de creer en esa máxima? ¿En qué momento decidiste partir sola fuera de la puerta de casa?

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Se dice que el apellido Amor viene de una fiesta de disfraces donde dos personas se gustaron tanto bajo las máscaras y se conocieron, en el sentido bíblico de la palabra, hasta que era muy tarde revisaron lo que había debajo de los antifaces:

¡Prima! – ¡Primo!

El escándalo llevó a los pies del Papa, quien les daría la absolución por su pecado si aceptaban, desde ese momento, usar el apellido Amor, como recordatorio de los hechos.

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José María Amor y Escandón se fue del país en 1863, poco antes de la llegada de Maximiliano y Carlota, huyendo de la desgracia, el más joven de sus hijos, lo recordaría cantando Te Deum, mientras iban al exilio.

José María se casó en primeras nupcias con Leonor Subervielle, hija de franceses que habían hecho fortuna en México y que daría a luz a un solo hijo. Poco después  la pobre Leonor moriría. Como era común en la época el esposo volvió a casarse con la más joven de las hermanas de su esposa, Adelaida Subervielle ocupó el lugar de su hermana y dio a luz a diez hijos.

Uno de ellos sería Emmanuel Amor, que a la vuelta de las décadas se casaría con Carolina Schmidtlein, de padre alemán y cuya madre mexicana escribía breves poemas que entusiasmada llevaba a las tertulias de su amigo, el también poeta, Amado Nervo. Ambos, a las vueltas de más décadas, serían los padres de Guadalupe Amor.

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En su mejor momento la familia Amor fue dueña de la mitad del estado de Morelos, pertenecían a Los Trecientos, el grupo de trecientas familias que dominaban México durante el porfiriato. Con la Revolución y la Reforma Agraria lo perdieron casi todo.

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Pita Amor nació en el México de la pólvora y la rosa, como lo llamó León Felipe.

En1920, ya habían nacido los siete hijos: Manuela, Carolina, Elena, Inés, José María, Margarita y Guadalupe. La familia vivía en la calle de Abraham Gonzales #66.

Para el momento en que nació Guadalupe, la Revolución ya había hecho estragos en el ánimo familiar. Entre la menor y la mayor de las hijas mediaban catorce largos y azarosos años que sólo dejaron recuerdos agridulces de tiempos mejores. En los últimos momentos de la dictadura porfirista, las chicas Amor habían estrenado vestidos y juguetes, incluso viajado a Europa.

Para el final de la guerra a la última niña le tocó usar prendas ajustadas a su tamaño, juguetes raídos y el vagabundeo constante, y casi siempre solitario, por la gigantesca mansión. Por eso las primeras palabras de las que Guadalupe tuvo noción fueron “escases”, “empeño” y “Monte de Piedad” acompañadas de la imagen de su madre y su libreta para llevar las cuentas de la casa. La madre, para evitar gastos, hizo que su hermana mayor, Manuela, le diera clases de gramática, matemáticas y catecismo en casa, hasta que no pudo evitar mandarla a una institución formal, obviamente privada y costosa, donde el abolengo no pagaba los útiles ni el uniforme. 

En aquellos días se cumplía una década de guerra. El país tenía cerca de 14 millones de habitantes, de los cuales el 70% eran analfabetas, por quienes Vasconcelos comenzaba su cruzada para llevarles educación y crear la Secretaría de Educación Pública. Álvaro Obregón estaba a nada de conseguir el poder. Días antes Venustiano Carranza había muerto, y nunca se resolvió la incógnita su posible suicidio. Un año antes, habían matado a Zapata, el mismo hombre que bajo el lema de “Tierra y Libertad” había expropiado la hacienda de Emmanuel Amor, quien por aquel momento ya se asemejaba a un patriarca bíblico, con sus largas patillas y su barba blanca.

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Hija menor de la nostalgia porfirista, vio cómo los hechos y los mitos del viejo dictador oaxaqueño caían. La suya es la historia de cómo llegaron la modernidad y la posmodernidad, atravesadas por los avatares del tercer mundo, al país, pienso. Guadalupe Teresa Amor Schmitlein se hizo adulta durante el periodo de 1940 a 1950, durante el tan cacareado Milagro Mexicano, comandado por el presidente Miguel Alemán. Caracterizado por el auge económico de la exportación de materias primas y la explotación de recursos naturales despojando de su territorio a comunidades indígenas y campesinas completas, unas por la negligencia y otras por la represión del Estado.

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Pita nunca aprendió las buenas costumbres de su familia. A duras penas terminó la primaria, en diversos colegios e internados de monjas. El inglés y el francés los aprendió superfluamente. Era una pequeña Júpiter que obligaba a todas las miradas a converger en ella. Cuando se hartaba se escondía en los sótanos, donde dormía horas mientras todos la buscaban.

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Esa manía de esconderse y aparecer, como fantasma, la conservaría hasta la edad adulta. Una cualidad mágica que le gustaba presumir. Aparecía en las fiestas sin que nadie supiera quién le abrió la puerta, para tormento de los anfitriones que temían algún escándalo. Nahui Ollin podía prender focos con las manos, Pita Amor aparecía cuando nadie se lo esperaba. Ambas fueron precedentes de la liberación femenina en el país, a ambas la rebelión y el intento posterior por doblegarlas a lo que Foucault llamaba el principio regulador, las volvieron contestarias hasta calificarlas de locas, P.H (Pura Histeria) escribían en sus historiales médicos. Ambas fueron los últimos fantasmas de una época del país en que hubo gigantes en su tierra.

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Muchos años después, en una noche de copas, Pita Amor habría de recordar la casa en la que creció, de la que nunca se alejó más de unas cuantas calles. Al final vivía en el Edificio Vizcaya, a sólo una calle de Abraham Gonzales #66.

La de los Amor fue una mansión de cuarenta habitaciones, cuatro sótanos, dos patios, comedores, salones para bailes, cocina y antecocina. Una calle entera ocupaba la casa. Hace poco fui a buscarla, dos trasbordos en el metro, Google Maps y la compañía de mi novio me ayudaron a dar con ella. Ya no es un solo edificio, ahora es varios: un taller automotriz, tres viviendas múltiples y un banco, el mismo que subastó la casa en la década de los cuarenta, ante una hipoteca sin pagar. En sus buenos tiempos lucía como un pequeño castillo con siete almenas en la parte superior, una por cada hijo, con siete árboles trueno plantados en la acera de enfrente, uno por cada hijo.

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Quizá si su padre no hubiera muerto cuando era tan joven ni ella ni sus hermanas habrían hecho todo lo que hicieron. La muerte, simbólica y material, del padre las liberó. Contrariando los designios de las mujeres de su clase las jóvenes Amor comenzaron a trabajar desde temprana edad. De maestras, reporteras, fundadoras de la Galería de Arte Mexicano, en lo que pudieran para ayudar a su madre, que ya vivía sola.

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Ansiando una autonomía y libertad que no tenía en la casa familiar, Pita, un día se va con José Madrazo, muchos años mayor que ella, dueño de la hacienda La Punta, en Aguascalientes. Fue el más comprensivo de sus admiradores, tenían una relación que hoy llamaríamos libre, ambos podían tener parejas múltiples, pero siempre volvían el uno al otro. Madrazo le ayudó a llegar a la cima, se proclamó su mecenas cediéndole una renta mensual y un lujoso departamento en la calle de Río Duero #52, cerca de la casa de Abraham Gonzales #66, que ella decoraba a su gusto, y donde daba inmensas fiestas que duraban horas.

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– ¿Ya te enteraste?

-Me contaron el último chisme de la menor de las Amor.

La vida de Pita Amor, después de salir de la casa familiar, era el material perfecto para los cronistas de sociales, que gustaban de seguirla a los bares y cabarets donde se reunía con sus amigos. En las fiestas se paraba junto a María Félix, que se desesperaba con ella, y decía ¿Verdad que soy más bonita? En las cantinas se agarraba a golpes con los borrachos, pagaba la cuenta de sus destrozos y salía envuelta en mink al Paseo de la Reforma, desnuda bajo el abrigo, a gritarle al tráfico ¡Yo soy la reina de la noche! Mientras se desnudaba y dejaba su cuello cubierto de diamantes. Recordados son los episodios donde la llevaban detenida a la delegación, por pegarle a sus sirvientas. Al día siguiente compraba el periódico para saber qué se decía de ella.

 

 

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César Bringas (Puebla, 1990) estudió Lingüística y Literatura Hispánica. En 2007 quedó en la lista de honor del Premio Jordi Sierra i Fabra para Jóvenes Escritores. Ganador en 2015 del VII Premio Nacional de Poesía Desiderio Masías Silva, en 2016 del Primer Premio Nacional de Poesía LGBTTTI, y los LII Juegos Florales de la Revolución Mexicana, en 2017 ganó el XXXV Premio Nacional de Literatura Joven “Salvador Gallardo Dávalos”. Ha publicado los libros Limosna para los pájaros (Editorial Montea, 2015), Aquí vivimos con una mano en la garganta (LUMA Fundation, 2017), Los Cuerpos Cautivos (Textere Editores, 2018) y ¿Te acuerdas? (ICA, 2018). Becario del PECDA 2015-2016.

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