Por amor al arte Por: Ximena Fernández

Todos los días, me desempeño en mi trabajo como psicóloga, docente y músico, exponiéndome a miles de historias. Algunas son más peculiares de lo que podría explicar en estas líneas. Aunque este texto no busca satisfacer la morbosidad de la gente, quiero comenzar esta serie de escritos con reflexiones que he obtenido de esa escucha.

Comenzaré hablando de mi propia historia con mi buen amigo, el reconocimiento. Así como algunas personas darían todo por el dinero, he aprendido a quitarme esa venda para entender que el mayor pago que personas como yo podemos recibir es ser reconocidos. No me refiero a la adicción de tener seguidores y reacciones en redes sociales, sino a esa pequeña voz que nos pide ser algo: el amable, el inteligente, el exitoso, el buen amigo, o cualquier tontería que sacie nuestra sed de ser vistos.

Así como en ese clásico meme o TikTok que dice “si las empresas fueran honestas”, creo que también hay un sector laboral que no ha logrado admitir que prefiere tener un trabajo mal remunerado que le otorgue un reconocimiento, como ser el mejor músico, maestro, psicólogo o escritor. Esto se debe a que lo que realmente buscan es la paga del reconocimiento. Hay quienes hemos aprendido a valorarnos como personas a través de las ideas que los demás tienen de nosotros. Esto puede estar bien hasta que nos perdemos a nosotros mismos y llegamos al punto de burnout, comprometiendo casi nuestras vidas por obtener palabras que alimenten nuestro ego.

Por eso es importante el autoconocimiento. Debemos romper con los patrones con los que nos hemos configurado para entender que el valor como personas, profesionales o artistas no se paga solo con el aplauso de la gente. Dejemos de justificarlo con el “por amor al arte”. Dejemos de ser adictos al reconocimiento y comencemos a ser los primeros seguidores de nuestro propio trabajo.

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