Cuando ella llora es como si todo el mundo llorará. Como si la lluvia la acompañara en su angustia y como si el gris del cielo le imitará comprensivo en su penar. Y es que cuando ella llora no sólo llora, su ser completo es llanto que se desparrama y se desborda entre silencios y palabras entrecortadas.
Cuando ella canta los serafines la acompañan con sus trompetas, la siguen incluso en sus fugaz y sus silencios. Y es que cuando ella canta no sólo canta, su ser entero es melodía que suena por las avenidas al ritmo de las marimbas.
Cuando ella se enoja las puertas del infierno se abren y la misericordia del Señor se enmudece por un momento. Y es que cuando la ira se apodera de ella, devine en la bestia del apocalipsis y sólo se escucha el llanto y el crujir de dientes.
La tierra no es un recinto de ángeles, pero cuando cae uno de ellos la flora se viste de fiesta y el sol pareciera que brillará un poco más en el horizonte. Y es que… ¡qué bárbara¡, ¡qué desalmada! Se arroja osada así misma a la existencia. Pareciera que no tiene miedo, pero la verdad es que ya está cansada de estar asustada, pareciera que no le tiemblan las piernas ante la maldad y la incertidumbre de los hombres, pero la verdad es que ya está harta de quedarse callada, pareciera que es inquebrantable, pero la verdad es que está rota desde los dedos del pie hasta la coronilla… Juro por Dios, por sus ángeles y por sus demonios que nunca había visto un mosaico más hermoso o un vitral mejor ensamblado, esos pedazos aparentemente quebrados forman juntos una obra de arte que sin ser iglesia pareciera casi divina.
Fotografía: María Paola Garrido Barrera paogarriido