Después de una larga y enriquecedora sobremesa en la que mi madre y yo hablábamos sobre las relaciones, el trabajo, los proyectos de nuestra vida y la de nuestros cercanos, la importancia de poner en una balanza las nimiedades contra las relevancias, y los dolores que una mala elección de -compañero para el resto de tu vida- te pueden causar, llegué a dos conclusiones interesantes:
La primera es que no se puede tener todo en la vida.
Las mujeres queremos todo. Queremos realizarnos profesionalmente y ganar dinero; ¡PERO! haciendo algo creativo, que nos apasione y no nos estrese. Queremos encontrar un hombre que nos quiera, nos admire y nos provea; ¡pero! que no nos asfixie ni pretenda controlarnos. Queremos lograr tener una relación sentimental estable, solidaria y duradera, pero sin perder la pasión ni cayendo jamás en la rutina. Queremos tener unos hijos encantadores que nos aseguren una vejez rodeada de nietos, pero… ¿Cómo voy a dejar de hacer todo lo que me gusta, para dedicarme enteramente a alguien más? Queremos ser reconocidas por nuestras capacidades intelectuales y nuestros logros académicos, pero… ¡siempre luciendo bellas, delgadas y sin celulitis! Queremos ser realistas, introspectivas, analíticas e inteligentes, pero sin crisis emocionales ni existenciales.
Desgraciadamente, esta sociedad postmoderna, patriarcal y capitalista nos limita mucho cuando se trata de alcanzar el balance perfecto entre cuerpo, mente y alma. Los medios masivos de comunicación, la tecnología, la jerarquía burocrática, la sobrepoblación, las tentaciones, el amor al dinero, entre otros factores políticos y económicos, no dejan de hacer sentirnos insatisfechos, hambrientos de éxito, poder, belleza y atención. Tolstoi dijo que la felicidad consiste en apreciar lo que se tiene y no desear con exceso lo que no se tiene. Y es verdad. No se puede tener todo. La clave está en mirar a tu alrededor y agradecer lo que está ahí contigo, en ese momento. Esto no significa que seamos pobres de ambición. Significa que no seamos esclavos del deseo. Lo que me lleva a mi segunda conclusión:
Todo cambia. Nada permanece. El clima, la moda, el lenguaje, la música, el cuerpo, los gustos, las preocupaciones, la manera de pensar, de hablar y de actuar. Lo que un día es blanco con el paso del tiempo se puede volver negro, y lo que un día es duro y áspero puede acabar siendo suave y liso. Por lo tanto contestar la pregunta, -¿Qué quiero?- es sumamente retador. Pues hoy puedo querer una cosa, pero mañana otra. Hoy puedo querer seguridad y estabilidad, pero en unos años puedo querer incertidumbre y aventura. Hoy puedo querer fiesta, amigos y música, pero mañana tranquilidad, soledad y un libro. Atormentarse porque “no sé qué voy a hacer de mi vida” es algo completamente natural y humano; y sentir frustración porque no sabes qué rumbo va a tomar la misma si no tomas una decisión aquí, ahora, es el pesar de millones de mortales como tú y yo. No te sientas mal. Aunque no lo creas, el hecho de que ahora mismo te estés preguntando qué es lo que harás, significa que ya estás un paso adelante. Pregúntatelo las veces que sean necesarias. ¿Qué voy a hacer? ¿Y si me meto a un curso de fotografía? ¿Y si aprendo a cocinar por medio de tutoriales en YouTube? ¿Y si mejor me voy de viaje? ¿Y si le digo a mi amiga la estilista que me enseñe a cortar el cabello? ¿Y si me mudo de ciudad? Pregúntatelo. Pero eso sí, ten la valentía de contestar tus propias preguntas. Y la voluntad de dar el primer paso para que éstas… se conviertan en respuestas.