Y al tiempo pude estudiar una maestría. Ahora si llegó el momento de entrarle a lo mío mío, pensé. Disfruté mucho estudiar la maestría, era otro ritmo, otra exigencia, al menos sentía estar enfrentándome a conocimientos más “sofisticados”. Pero, cuando la acabé entendí que esos conocimientos me gustaban mucho, pero no me llenaban, no me hacían sentir nada especial.
Un compañero de la maestría me propuso estudiar en el sistema abierto otra carrera. Buena idea, pero ahora tengo que romper definitivamente con lo que hasta ahora sé. Y como estaba metido en el mundo técnico-económico–matemático, qué mejor que irme para el lado de las humanidades. En un arrebato, de esos que luego ni nosotros mismos entendemos, allá fui, a enfrentar mis demonios, los más duros, los más difíciles, porque eso resultó esta nueva carrera.
Cuando me preguntan: “Y usted señor ¿qué es?”, me enfrento a una respuesta incierta, es más, a veces al contestarla me siento “meme”.
—Comencé estudiando Ingeniería Civil, me gustan mucho las matemáticas —¡yei!
—Pero no acabé —mmmh.
—Pero luego me dediqué a la música—¡wow!
—pero luego lo dejé—uh.
—Bueno, luego estudié Administración y me titulé, con menciones y demás—¡Eso!
—Pero la verdad no me gustó la carrera—¡uff!
—Para corregir hice la maestría en finanzas —¡órale!
—Pero nunca he trabajado en eso— ¡jajajaja!
— Pero ya así, estudié filosofía— ¡¿por?!
Mi conclusión me la dio esta última, Aristóteles dijo que todos los entes buscan su ‘areté’, su máxima realización, su perfección, y que en eso se basa el que sean buenos. Hay entes como los animales cuya perfección es muy similar entre ellos, no es muy diferente la “perfección” de un perrito faldero de la de un juguetón boxer o un valiente mastín.
Todos son perros, y todos tienen acciones básicas. Pero el ser humano es diferente, la perfección de uno no es la de otro, lo que me lleva a ser bueno a mí, mi perfección, no es necesariamente parecida a la de nadie.
Ahora reflexiono que, por un lado, terminé haciendo lo que me propuso mi tío: fui aprendiendo, no obteniendo títulos. Por otro lado, yo, al igual que muchos otros estudiantes universitarios, me enfrenté a la perturbadora idea de tener que decidir cuál sería mi ‘areté’ a la infantil edad de 17 años, cuando aún sabes poco (aunque crees saberlo todo), tienes poca experiencia y sobre cualquier otra cosa, no has entendido que, al más puro orden aristotélico, la perfección se construye momento a momento, acción tras acción, y que es imposible que en una decisión logre determinar tu perfección. Cambiar en el camino, de carrera, de actividad profesional, de conocimientos, es válido porque vas en busca de tu ‘areté’.
Por eso ahora cuando me preguntan: Y usted señor ¿qué es? Pienso: Soy un ente normal y bueno.