Rage against los machines! por -Míkel F. Deltoya

Es difícil reconocer las agresividades internas. Aceptarlas. Entenderlas, y luego buscar cambiarlas. El mal no es una propiedad inherente de los seres humanos.

No crecemos siendo agresivos, acaso nos reconocemos en un mundo hostil y nos adaptamos a él. Yo tardé mucho en comenzar dicho proceso de reconocimiento. De entender aquellas actitudes machistas que he practicado y favorecido en mi andamiaje rutinario. La cosa cambió hace un par de años cuando comencé mi carrera como profesor de preparatoria… al principio no daba tantas vueltas al asunto pero luego entendí la importancia y el impacto que un maestro tiene en sus alumnos, sobre todo en esa época tan vertiginosa que es la adolescencia.

Desde hace unos días ellas, las chicas, han comentado sus anécdotas de acoso, basta con darse una vuelta en twitter, revisar los testimonios. Muchos de éstos te dejarán fríos.

En el aula, cuando tocamos aquellos temas -porque más que enseñarles contenidos de las asignaturas, prefiero aterrizarlo en el presente-, siempre lanzo la pregunta de quiénes de mis alumnas han sido violentadas, acosadas, agredidas. La respuesta siempre es unánime.

Y eso que hablamos de la violencia a la que se enfrentan en la calle, la calle mexicana, uno de los infiernos que ni el propio Dante habría imaginado. Si seguimos adentrándonos, llegaremos a cuencas más tenebrosas.

Crecí en Ciudad Juárez, una de las ciudades que desde finales del siglo pasado ha vivido una ola de violencia hacia las mujeres. Una ciudad que estará marcada de por vida por ese estigma de los feminicidios en el campo de algodón, y miles más a lo largo de su desierto. Esa verdad duele, la gente la digiere, luego calla.

Por eso hay que revisar cada brote de la raíz de este problema. Pienso que ahora, mis alumnos en el ápice de su adolescencia se encuentran en la etapa de la superficialidad. Pienso en cómo la mass media les vende el sexo y la belleza como pan caliente. Pienso en la ruptura de los paradigmas tradicionales, en el uso de los smartphones y cuando reflexiono en las redes sociales, me topo contra un universo de disertaciones.

La semana pasada, no está de más volver a decirlo, numerosos grupos de mujeres levantaron una ola verde y morada, salieron a las calles, cerraron avenidas, gritaron al unísono consignas como “Estamos hartas”, “Yo sí te creo”, “Se va a caer”. Hicieron pintas, arrojaron brillantina, quebraron vidrios, se desgarraron la garganta de tanto gritar, porque sí… como sociedad todos hemos fallado en todos los sentidos.

La estela de dichas manifestaciones por supuesto se trasladó al plano virtual-social. Este finde fue exhaustivo, polarizado, hirviente; sacó los peores pensamientos y réplicas de los detractores de todos los feminismos. Me topé entre mis contactos mensajes de indignación por los vidrios rotos, por las marchas, por los empujones. Quesque no, así no. Quesque no es manera. El video de un inocente abuelito que sólo quería meterse a un vagón de metro mientras furibundas muchachas le arrojaban cosas. Ay, pobrecito, aferrado ñor al tubo de la entrada. Empecinado con entrar, porque cómo estas niñas van a negárselo…

Basta con ser prudentes.

Hoy les dije a mis estudiantes que hay que entender esa rabia, ese dolor, ese enojo. Tanto destrozo no es gratuito (en el sentido de que no viene de la nada), y que criticar y oponer sus motivos, por eliminación, automáticamente nos posiciona del lado de aquello contra lo que se manifiestan. Entonces, lo menos que podemos hacer es empatizar, entenderlas, apoyarlas o mejor aún, no obstaculizar, no buscar frenar, no buscar ridiculizar. A más de una alumna mía que compartía memes mofándose e las muchachas les dije que no buscaran aprobación masculina, que ese grupo de mujeres será el que salga a protestar por aquellas que no pueden, que han sido asesinadas, que han sido violadas, que han sido secuestradas, vendidas, marginadas.

En redes sociales vi una formidable metáfora: las feministas manifestantes como esas furias o erinias, diosas de la venganza, dispuestas a no dejar dormir a todo aquel que ha convertido injusticias, vejaciones, hurtos, rapto, zozobra. Y todos somos culpables de esto que nombro, porque como sociedad les hemos dado la espalda, y ahí estarán, gritando, luchando, señalando, hasta que lleguemos a un estado de derecho.

Sé que somos inteligentes, sé que los buenos somos más. Sé que la única muerte violenta que debemos hacer, nosotros los hombres, es contra el macho que tenemos dentro. Pulverizarlo, aplastarlo, removerlo. Lidiar nuestros demonios, luchar con nuestra sensibilidad, respetar a la otra, al otro. Entonces ya no habrá necesidad de disturbios, entonces todas y todos habremos ganado… pero por mientras, que siga su furia, que siga hasta que tenga que seguir.

 

 

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Míkel F. Deltoya

Poeta y narrador. Licenciado en Letras Mexicanas por la UANL. Ha publicado Trivium Fronterizo, Ciudad enteramente construida, Aridoamerican Standoff y fue uno de los compiladores de la antología Espasmo (muestra de poetas de Monterrey nacidos entre 1986-1997). Estudioso de la literatura norteña, la intertextualidad y la cultura digital y pop. Actualmente se dedica a la docencia en Monterrey, ciudad en que reside desde 2011.

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