Foto de Jonathan Abel Garcia Vazquez
Dulcinea del Toboso… ¿Cuánto más querida mía? ¿Cuánto más he de esperar emperatriz de la Mancha?… Cuántas batallas perdidas he de ganar para que las estrellas sean testigos de vuestro regreso. Dulcinea… Mi Dulcinea, mi amor, cuántos rostros de féminas apenadas, cuántos labios, cuántos ojos masacrados por los años, cuántas primaveras convertidas en verano, cuántos más… cuántos menos.
Dulce locura de amarte, amargo destierro de la cordura de no encontrarte. De perderte tantas veces, de ser discordia de tus manos… de ser olvido…
Si te espero, si regresas, si te quedas… Si te vas. Seré la lucha, aquella eterna batalla de los gigantes de viento, seré la solemnidad de mi estandarte que busca la perpetuidad de tu nombre y apellido.
Oh mujer, Oh dulce presagio de los impotentes… de los olvidados… este es mi escudo y mi lanza, este es mi deber y mi destino, éste… esta es la convicción con la que marcho, esta es la razón por la que lucho.
Oh dulcísima Dulcinea, no sólo soy el mito que guarda el secreto de los letrados nocturnos, soy el héroe que nació de los libros, soy la punta de flecha que se cierne como la esperanza en el mundo, y es que la utopía no es el absurdo que se reclama así mismo, es la promesa que nos mantiene vigilantes, es el sueño que nos mantiene despiertos.