Requisito para ser ambientalista: ¡No defecar! Por: Daniel Arellano

En cierta ocasión, una persona hizo un comentario acerca de los “ambientalistas”: que si tanta era su preocupación por el planeta, no debían bañarse, ni hacer “popis”, y entre otras cosas, básicamente sugería que tales personas no debían vivir en la sociedad moderna actual. ¡Válgame Dios! Usé comillas al nombrar a los ambientalistas, puesto que al parecer, esa persona quiso aludir a un modelo de ambientalistas, basado en la ignorancia, pero que desafortunadamente, he visto, es algo replicado en el imaginario de muchas personas.

El tema ambiental está, por decirlo de algún modo, gastado en muchos espacios. Lo vemos/escuchamos/leemos (¿a poco en México leemos?) eeeverywhere. Paradójicamente, tenemos un analfabetismo ambiental bastante grande en nuestra sociedad. Con este concepto, me refiero al desconocimiento y falta de consciencia sobre los temas más básicos de ecología, medio ambiente, y afines. Teóricamente, los poseemos, porque desde la primaria tomamos materias de Ciencias Naturales que nos explican con cierta aproximación el modo en que funciona el universo y el planeta, ¿y luego qué es lo que falla? Bueno, eso quedará para otro artículo, porque en realidad pretendo discutir algo diferente en éste, a saber nuevamente: que un ambientalista no es un vagabundo mugroso que come pasto, palos y piedras.

Te explico, Esperancito, por qué el comentario del que hablo al inicio del artículo es una tremenda pendejada, y a menos que quieras zurrarle el día a alguien que se dedica a ello, no debes decirlo. En los temas ambientales puedes ver a los profesionales, trabajadores y aficionados de esas disciplinas haciendo esfuerzos enormes por difundir su conocimiento y al borde del colapso mental (ok, aquí estoy exagerando), mientras que tienen empleos como todo ciudadano productivo – algunos incluso en empresas transnacionales -, usan automóviles, cuidan a sus familias y publican memes con sus smartphones con cámara perrona integrada. Bueno, ¿qué mensaje quieren comunicar? He aquí el choque: que nuestro estilo de vida es malo para el planeta y otras formas de vida, incluyendo la humana. ¡Achis, achis, los mariachis! ¿Y por qué un mono que trae su carro me “regaña” por usar el carro, y se queja de que todos utilicen uno? Si le preocupa que el agua “se acabe” ¿por qué tiene regadera en su casa? Tales preguntas pasarán por la cabeza de más de uno, y de inicio, son válidas. Lo jodido es estancarse en respuestas simples. No, Esperancito. No es que el educador ambiental sea hipócrita o tenga doble moral por no vivir en pelotas tirándose a los venados en un cerro. Lo que sucede, es que el estilo de vida actual exige el uso de herramientas que desafortunadamente impactan en el entorno. Pueden elegir no usarlas, e irse a vivir en el bosque, pero el grueso de la población las usa y vive en grandes centros de degradación ambiental urbanizados, y esa es una parte del Gran Problema, que no se va a eliminar solo porque el Biólogo o el Ingeniero Ambiental se aíslen del “desarrollo” moderno. El problema requiere de otras cosas para terminarse.

Para terminar con algún problema, hay que conocerlo, comunicar que ese problema existe, y posteriormente, se comunican las propuestas para su solución. El quehacer del ambientalista se ve obstaculizado desde el primer momento en que se pretenden entender un problema: Se requiere preparación basada en información, datos, evidencias, conocimientos teóricos y prácticos, etc. que muchas veces provienen de instituciones educativas y científicas; ¡Oh sorpresa! En el país no nos gusta estudiar, ni nos interesan la Ciencia y la Tecnología. Después, cuando se comunica el problema, surgen distintas reacciones en el público: interés, sorpresa o incomodidad, y no falta el pen…sador que se indigna: “¿y luego?”, “¿Yo qué culpa tengo?” ¡Ve dile eso a los responsables!”, “¿Y a ti que te importa?”, “Muy padre y todo, pero, ¿tú ya hiciste algo? ¡Soluciónalo!” Ésta última es “mi favorita”, porque asumen que uno sólo puede solucionar un problema ambiental de dimensiones globales, y perciben la exposición y aportación de datos como algo equivalente a una queja (que per se tampoco está mal), o peor aún, a un reproche. Incluso niegan lo que se ha comprobado científicamente, como por ejemplo, que el autotransporte personal o el uso de electricidad son algunos de los “responsables” de las emisiones de carbono que provocan cambio climático.

¿Recuerdas, Esperancito, mi reacción “favorita? Pues desde ahí el ambientalista y/o el profesional ambiental sabe que valió madre, el individuo en cuestión estará indispuesto a escuchar, razonar y participar, cosas fundamentales para entender tanto al problema como a la solución. Vamos, que a nadie le gusta saber que la cagó, y mucho menos, tratar de limpiar el desastre. Lo mejor, para algunos, es señalar y exigir que alguien más limpie la cagadera colectiva para no ensuciarse las manos, y deja de importarle cómo fue que nos dio diarrea a todos y como evitar que siga la cagadera. Desde la premisa de que la queja no sirve y la acción sí, muchos encuentran la excusa perfecta para hacer nada y no involucrarse en nada.

Debemos entender que solucionar problemas ambientales requiere la participación de, prácticamente, todos. Una participación basada en conocimientos que se reparten y comunican con herramientas digitales fabricadas con minerales extraídos después de devastar montañas completas y papel elaborado de la tala de bosques. Sí, puede pasar por contradictorio e hipócrita, pero quienes difundimos el mensaje nacimos y crecimos entre este modus operandi, y a medida que nos preparamos, nos vamos dando cuenta de lo que hacemos mal, pero que tenemos que hacerlo así porque es la forma que se nos impuso de vivir (¿o sobrevivir?) en esta esta “civilización”, al menos mientras no lleguen formas más racionales de hacerlo. Algunas cosas son incluso funciones básicas: no podemos dejar de comer, no podemos dejar de defecar (así cómo lo oyen, ¡Apuesto a que se fueron de chiches!), ni dejar de tener una higiene. No se trata de volver a la Edad de Piedra, se trata de sumar esfuerzos para orientar la satisfacción de nuestras necesidades hacia unas maneras más respetuosas con lo que nos rodea. Y lo anterior sería más fácil de entender y decir si la gente dejara de increparnos, y estudiara más, y escuchara más.

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