Robe Iniesta: voz de cólera, corazón de poeta

Hoy perdemos a un tipo irrepetible —un músico, un poeta, un rebelde de alma— que supo convertir la rabia, la ternura y la marginalidad en arte. Robe no era un artista moldeado por la industria, sino un espíritu salvaje que nació en los márgenes y se alzó con el puño en alto, con la guitarra al hombro, para gritar lo que muchos sentían.

Con Extremoduro construyó un mundo al margen del éxito fácil: discos sin filtros, conciertos que quemaban hasta los huesos, letras que hablaban de miseria, deseo, sueños rotos y rabia. Pero lo hizo con una furia poética, con una honestidad brutal, con la mirada de quien ha visto demasiado para callar.

Robe siempre fue más que un rockero: fue poeta de lo cotidiano, filósofo callejero, voz de quienes no se sentían representados. No buscaba complacencias; buscaba verdad. Esa verdad cruda, visceral, que duele —pero que libera.

Robe no fue un artista maquillado para la fama: fue un tipo del pueblo, nacido en los rincones de la España olvidada, que prefirió jugarse la vida antes que vender su alma.

Era autodescubrimiento, honestidad, imperfección. Quien lo escuchaba (o lo lee) intuía su rabia, su ternura, su incomodidad frente a lo establecido. Sus canciones son cicatrices abiertas; sus silencios, gritos; sus versos, heridas y consuelo.

Y sobre todo: era un recordatorio de que la música —si se quiere— puede ser revolución, poesía cruda, catarsis colectiva. Que el arte puede ser trinchera. Que la rabia puede transformarse en belleza. Que la marginalidad puede parir himnos.

Hoy, al decir adiós a Robe, no se va solo un músico. Se va un puente entre lo marginal y lo universal. Se va una voz que gritaba verdades que muchos callan. Pero también queda un legado: canciones que seguirán dando consuelo a quienes caminan con las cicatrices del mundo; versos que, quizá, despertarán a otros.

Quizá no los héroes que nos esperan pronto, pero los que siempre hacen falta: los que llevan en la piel la rabia, la ternura, la verdad. Los que no temen cantar al infierno con la garganta ardiendo.

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