El fondo del escenario está vestido con una proyección donde el azul y el rojo se mezclan en figuras indefinidas y generan un tono violáceo tridimensional. Aunque la pantalla se limite a cubrir el cuadro completo de la escena, la atmósfera lo cubre todo y al centro destaca una sola palabra, un nombre: Roosevelt.
El recinto está lleno, festivo y listo para disfrutar una velada donde la música será la guía para desconectar la mente de todo agobio o preocupación. Los versos de una canción icónica del rock británico de la década de los sesenta, casi setenta, suenan en una voz distinta y con una música renovada:
Little darlin’, the smile’s returning to their faces.
Llittle darlin’, it seems like years since it’s been here.
Here comes the sun.
Here comes the sun and I say
It’s alright.*
Aunque es de noche, el sol viene con el rasgueo disruptivo de una guitarra electrocrónica en manos del joven músico alemán y enseguida se une la banda: una batería, un teclado, un bajo y su sintetizador. Entonces el cuerpo experimenta una especie de hipnótico trance; se mueve suave y espontáneamente como parte de un proceso quinestésico y sonoro de liberación, de desintoxicación.
La música de Roosevelt es una muestra actual de Colonia, ciudad alemana que, desde los años setenta, se ha posicionado como cuna de importantes propuestas de electrónica en cuyas noches de fiesta impera lo musical. En su propuesta, es notoria la influencia de la música dance, pero mezclada con múltiples géneros, como el yacht rock, asociado con el soft rock (base de soul, R&B y jazz, además de la música propiamente disco), y el balearic beat (posee elementos diversos de pop, rock, soul y disco tanto europeo como estadounidense) particular de las discotecas de Ibiza. Las melodías, como se comprobó durante el concierto, son ligeras, tranquilas y armónicas; su efecto es en suma relajante, sin perder a causa de ello el dinamismo y la energía chispeante, casi adictiva.
Fluye la música de Roosevelt y, sin notarlo, los ojos están cerrados (aunque la ejecución en escena es muy interesante) mientras el cuerpo, según lo siente, baila. Los oídos están atentos, plenamente, y son suficientes para ver los colores que se propagan en el interior, aun cuando las letras de las canciones tiendan a ser melancólicas. Incluso es posible imaginarse en una glamorosa sala de baile al centro de la pista, no importa que el espacio esté a tope, donde las luces prolongan seductoramente el movimiento y anulan la gravedad. Entonces nada pesa, ni la masa corpórea, ni el tiempo, ni los días: el alma se siente feliz, en armonía y en paz.
*“Here Comes the Sun”, The Beatles, 1969.
Roosevelt
14 de octubre de 2022
Explanada de la Alhóndiga
Fotografía: cortesía FIC