ROSARIO Por Tanya Aguirre

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Heme aquí, divagando nuevamente, y al tiempo mismo ahondando en profundidad.

Yo no soy el sueño que sueña; yo no soy el reflejo de una imagen en un cristal; a mí no me aniquila la cerrazón de una conciencia o de toda conciencia posible. Yo continúo viviendo con una vida densa, viscosa, turbia, aunque el que está a mi lado y el remoto, me ignoren, me olviden, me pospongan, me abandonen, me desamen… Yo también soy una conciencia que puede clausurarse, desamparar a otro y exponerlo al aniquilamiento.

¿Por qué seguir haciéndole partícipe de mis recuerdos? No nacimos juntos. Nuestro encuentro se debió a un azar ¿feliz? Es demasiado pronto aún para afirmarlo. Hace un año yo no tenía la menor idea de su existencia y ahora reposo junto a él con los muslos entrelazados, húmedos de sudor y de semen. Podría levantarme sin despertarlo, ir descalza hasta la regadera. ¿Purificarme? No tengo asco. Prefiero creer que lo que me une a él es algo tan fácil de borrar como una secreción y no tan terrible como un sacramento.

¿Y las consecuencias?
Perdí mi antiguo nombre y aún no me acostumbro al nuevo, que tampoco es mío. Es verdad que en el contacto o colisión con él he sufrido una metamorfosis profunda: no sabía y sé, no sentía y siento, no era y soy.

Vaya. Estos sentimientos que se despiertan tan repentinos terminan por dominarme.

El amor, eternamente el amor, luminoso e insondable. Su fuerza es dolor y culminación, grandeza sensitiva y erotismo desbordados; para definirlo, sólo una imagen, pero implacable; una estampa mojada por la ternura, un ensueño que muerda al deseo; para descifrarlo, sólo labios que se abran y abarquen el sufrimiento y la ilusión salobre; para decir el amor: tu nombre.
A partir del amor, la pasión afectiva extiende su seda terrible para conjurar a desvelos y deseos, encuentros y olvidos. Se ha escrito el amor con el fuego extraño del arrebato y el temple infalible de la melancolía, postrados ante su añoranza y con los filos de su rabia. He volcado mis obsesiones para descifrarlo; y mientras tanto, lapido mis recuerdos.
Es pues necesario ahondar en las cuevas del amor, beber su miel, perpetrar sus dominios o abandonarse a sus encantos. Y sólo para saber que existimos, que conocemos apenas de sus umbrales, es necesaria su energía, y aun en la desdicha su pasión nos enternece. Precisamos de su dolor para entender la vida, y ante su ausencia somos vacío, seres perdidos en una muerte despierta (coincido, siempre se está enamorado de algo).

Por la estela del amor las horas son demonios arrogantes que entronizan las ausencias, las certezas se vuelven tan sólo dolorosa murmuración y el desenfreno de los cuerpos quema a la par de los celos y los besos. Por amor las furias se doblegan, la tormenta disuelve en las bocas su rebeldía; en el amor todo se oculta y todo se quema, el regocijo es lágrima y la separación estrella promisoria.

Pero…

Son tantas cosas…

De verdad, ya no quiero pensarte. Y no es que me hayas defraudado. Yo no esperaba, es cierto, nada en particular. Tal vez, poco a poco iremos revelándonos mutuamente, descubriendo nuestros secretos, nuestros pequeños trucos, aprendiendo a complacernos. Y un día tú y yo seremos una pareja de amantes perfectos y entonces, en la mitad de un abrazo, nos desvaneceremos y aparecerá en la pantalla la palabra “fin”… tal vez.

Así es de inexplicable: daba la impresión de ser algo tan sólido, tan real, y ya no existe.

¿Entonces? También das la impresión de solidez y de realidad cuando estamos juntos, cuando te toco, cuando te veo. Seguramente cambias, y cambio yo también, aunque de manera tan lenta, tan morosa que ninguno de los dos lo advierte. Después te vas y bruscamente te conviertes en recuerdo y… Surge en mi sensación imparable y definitiva. Yo seré, de hoy en adelante, lo que elija en este momento. Seductoramente aturdida, profundamente reservada, hipócrita. Yo impondré, desde el principio, y con un poco de impertinencia las reglas del juego.

No, no puedo.

Dudo que pueda comportarme de ese modo. No sé; sólo que me repugna actuar así. Esta definición no me es aplicable y tampoco la anterior, ninguna corresponde a mi verdad interna, ninguna salvaguarda mi autenticidad.

No llegue a nada, ninguna conclusión se fraguo en mi beneficio. Y sin embargo…

Sigo viviendo.

Esperando.

Veamos hasta donde puedo limitar todo lo que en mí se despierta.

Basado en el cuento “LECCIÓN DE COCINA” de Rosario Castellanos.

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