Sadistic Pandemonia (Tercera entrega) Por: Santino López Marín

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Llegué rápido al sector 4C; eran las 3:00 AM. Los corporativos seguían trabajando como si estuvieran recién despiertos. Hoy en día, la alimentación y el sueño pueden evitarse con sueros que aceleran la vida, sí, la aceleran. Nunca había conocido a tanta gente tan deseosa de morir.

—Tenemos que inyectar la primera etapa del virus, eso nos va a dar el suficiente tiempo para pasar y buscar el restrictor en las torres. Según lo que investigaste, está en el piso 14 de la torre C, pero tenemos que cruzar desde el piso 6 de la torre A.

—Ya lo sé. No estoy tan idiota. Vamos.

Entramos al edificio. En la recepción, me recibió un policía al cual me acerqué tanto y de manera tan sugestiva que me dio tiempo de contagiarlo casi sin tocarlo, lo suficiente para manipularlo. Me dejó entrar al cuarto de control. Inyecté el virus en forma de audio, video y código.

Tenía treinta minutos.

—Vamos, bebé, sí podemos. Corre —me decía Dan.

—Si eres tan inteligente, deberías saber que si utilizo ese restrictor, vas a desaparecer. ¿Entiendes? —le dije a Dan mientras llamaba al elevador.

—Lo sé. Pero al menos vas a ser libre.

—Otra vez con tu complejo de mesías. Qué fastidio eres.

Mientras subía en el elevador, sentí una gran sacudida. Pensé que el virus había causado estragos en el sistema del edificio. Salí disparada para ir por ese restrictor, y una explosión me hizo caer mientras corría. No tenía ni idea de lo que estaba pasando.

—Debe ser un problema con las plantas de energía; a veces pasa cuando se corrompen —comentó Dan.

Ya cruzaba la torre B, pero otra maldita explosión me dejó ciega por un momento. Esperaba ver humo, gente corriendo, seguridad privada; esperaba ver todo menos a ellos. A todos menos a ellos.

—¡Mierda, Vanity Lane! No puedo hacer esto; me largo —pensé en voz alta.

Vanity Lane ya llevaba años persiguiéndome, años acosándome y varios intentos de secuestro y asesinato.

Me di media vuelta para largarme, pero las amenazas no tardaron en escucharse.

—¡Alessa Ito, alto! —hizo una pausa y continuó—. Tengan cuidado, es portadora de Sadistic Pandemonia —dijo su líder con una voz metálica distorsionada por los cascos que llevaban.

Usaban trajes negros con una «V» gigante en la espalda y muchas armas. Es un sindicato de mercenarios.

—Saca tu arma y déjamelo a mí; déjame tomar el control y me ocupo de ellos —decía Dan.

—No, la última vez que hicimos eso, no me pude levantar en un mes —dije susurrando a Dan.

—¿Qué dijo? —preguntó la líder a su grupo—. ¿A quién le hablas? —me preguntó.

Dan se comenzó a cargar lentamente a mi sistema. Vanity Lane se acercaba poco a poco para arrestarme. Mi arma estaba escondida en mi espalda baja, en el pantalón. Dan casi estaba cargado. Tres segundos pasaron y, a un paso de distancia, estaba Vanity Lane. Cuando abrí fuego, lo hacía en automático; mi cuerpo se movía más rápido de lo que yo pensaba, disparaba como si mi mano y mi arma estuvieran conectadas. Era como leerles el pensamiento. Ya no era yo. Ya era Dan.

Dan era uno de los mejores asesinos a sueldo. Sin miedo, frío, inteligente, con mucha preparación, mucho talento y un hijo de puta.

Habíamos logrado una simbiosis perfecta y comenzamos a luchar como lo que es: una lucha por mi vida.

Disparaba y esquivaba, doblaba rodillas de una pisada, pero las balas no hacían nada. Esos trajes y esos cascos eran casi a prueba de todo. Pero peleamos tanto como para poder huir. Corrimos hacia un ventanal, pero fuimos interceptados por su líder. Nos tomó del pie, jalando mi cuerpo hacia adentro. Traté de alejarme cuando chocamos contra el suelo. Pudo haberme matado ahí, pero no lo hizo.

 

 

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