TRES POEMAS DE EMILY DICKINSON (1830-1886) Por Aleqs Garrigóz


EL CEREBRO

El cerebro es más ancho que el cielo;
ponlos juntos
y uno contendrá al otro
con facilidad, y ti, además.

El cerebro es más profundo que el mar;
al contenerlos, azul con azul,
y el uno al otro absorberá,
como una esponja.

El cerebro es el solo peso de Dios;
levántalos, libra por libra,
y diferirán, si lo hacen,
como la sílaba difiere del sonido.

 

SENTÍ UN FUNERAL EN MI CEREBRO

 

Sentí un funeral en mi cerebro;
y dolientes de un lado para el otro   
seguían pisoteando, pisoteando, hasta que pareció
que el Sentido estaba abriéndose camino.

 

Y cuando todos estaban sentados,
una liturgia, como un tambor
siguió batiendo, batiendo, hasta que pensé
que mi mente estaba entumeciéndose.

Y luego los estuché levantar un ataúd
–que crujió a través de mi alma–
con esas mismas botas de plomo, otra vez;
luego el espacio empezó a tañer

como si todos los cielos fueran una campana,
y el Ser sólo una oreja
y yo, y el silencio, alguna raza extraña
arruinada, solitaria, allí.

 

Y luego un vacío en la razón se quebró
y descendí y descendí
hasta llegar de golpe al mundo en cada zambullida;
y terminé sabiendo –sólo entonces.  

 

 

 

EL CIELO ESTÁ BAJO

El cielo está bajo, las nubes son feas;
un viajero copo de nieve
a través de un granero o de un surco
debate si irá.

Un flaco viento se queja todo el día
de cómo alguien lo trató.

La Naturaleza, como nosotros, es a veces atrapada
sin su diadema.
 

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