Un Cervantino de oro

Este Cervantino es de oro y se preparó durante años para este momento; cincuenta, para ser precisos. La grandeza de todo evento memorable suele albergarse, más que en el suceso mismo, en el proceso previo de planeación, proyección y espera, paciente o ansiosa, donde su espíritu se va forjando.

Hablemos del antes, del medio siglo que ha transcurrido desde que Enrique Ruelas gestó un encuentro de teatro universitario en una plaza sencilla, aunque tan solo el estilo colonial de la localidad ya aportara un toque único e idóneo para las obras del español Miguel de Cervantes. ¿Habría podido el maestro concebir entonces que su propuesta perduraría cinco décadas y se transformaría en el festival artístico y cultural más importante del continente americano, si no es que del mundo; habría podido el escritor barroco-renacentista imaginar hace cinco siglos que la libertad proclamada en su obra sería motivo y pretexto para reunir ideologías y formas de vida tan diversas y distantes?

Aunque el Festival Internacional Cervantino (FIC) tiene lugar en una pequeña cañada entre cerros convertida azarosamente en ciudad, no es exagerado decir que el mundo entero ha llevado la cuenta regresiva para experimentar esta celebración. Cada año, los callejones y las plazuelas poco a poco se atavían con su traje festivo durante semanas; basta tan solo ver llegar al equipo que monta el macroescenario en la explanada para sentir su presencia inminente y apabullante. Y ahora, en las redes digitales inherentes a la vida, esta edición cincuenta ha sido tema de conversación incluso antes de la pasada. Desde la capital del país y desde el terruño sede, el #50FIC se ha modelado cuidadosamente con al menos tres años de anticipación y aun con una pandemia de por medio que, en lugar de representar un obstáculo, lo dotó con las herramientas y la atmósfera idóneos para extenderse hasta los rincones más remotos con un ímpetu capaz de traspasar cualquier barrera.

Tampoco es cursilería decir que la vida del festival se debe al amor, al amor con el que se hace y al amor con el que se vive, el amor y el gozo con el que se regresa a él, a su viento, su cielo y su luna octubrinos, el verdadero “amor al arte”, aunque parezca cliché. Desde la élite política y la academia cultísima, hasta la gente de a pie, de sudor, de sol y de noche, no hay nadie que haya vivido esta fiesta sin haberle hecho un espacio en el corazón. ¡Y qué decir de quien lo ha atestiguado desde su nacimiento!

Como un recordatorio constante, el Teatro Juárez fue remodelado durante la víspera del aniversario y sobre su escenario casi una veintena de figuras públicas, nacionales y extranjeras, aun las más sombrías, no pudieron ocultar la emoción en sus rostros. Hablaron casi todos y la euforia se desbordaba en sus palabras, hasta los que están arribando por vez primera tienen ya una historia para contar. Cambios, adaptaciones, adiciones, sucesos solemnes, curiosidades… mucho se dice y la lista de anécdotas jamás acabaría, pero en esta ocasión, como si el festival se personificara, la admiración y las ovaciones se dedican bien merecidas a quienes han estado siempre, a los reporteros y fotógrafos veteranos (Rosa María Muñoz Soto, “Rosy”, y Héctor Rodríguez Colmenero, “Chaplin”), además de los “invisibles e imprescindibles” —como dice al final de sus conciertos Silvio Rodríguez—, los sorprendentes técnicos quienes sostienen el esqueleto y la musculatura titánica de esta fiesta, tales como Isidro Guerrero Aguilera, “Chilo”, a quien se otorgó la Presea Cervantina.

¡Ya está aquí la quincuagésima edición del Cervantino, aquí y en todos lados! Esta edición será la más transmitida desde la señal de 76 televisoras nacionales e internacionales, sin contar las transmisiones en las omnipresentes redes sociales. 3,247 artistas provenientes de 33 países se unirán a la celebración con 137 funciones para las cuales 50 ya tienen los pases agotados; además, este año se realizará el Circuito Cervantino donde una gran cantidad de eventos de la programación oficial para Guanajuato capital se presentará en otros 10 estados del país.

Dos mujeres tras bambalinas encabezan estas bodas añoradas y, sin importar los desperfectos posibles, el Cervantino es afortunado por tenerlas ahora como cuando eran espectadoras jóvenes en primera fila, pues en su ejercicio y en su discurso es evidente el profundo compromiso y entrega con el que su trabajo no es solo un proyecto, un deber o una meta, sino un servicio genuino a toda persona que el festival alcance a tocar. “Tenemos urgencia porque inicie” dijo Mariana Aymerich, directora del FIC, antes de anunciar la programación que ha generado una respuesta nunca antes vista en términos de registro de audiencia y boletaje agotado desde la primera hora; “este es un festival contundente para mostrar al mundo de lo que los mexicanos somos capaces, para demostrarnos a nosotros mismos lo que podemos lograr”. Por su parte, Alejandra Frausto, Secretaria de Cultura del Gobierno de México, enunció con una total convicción que sus experiencias cervantinas siendo niña detonaron la decisión de dedicarse a la cultura y presentó así el enfoque que tendrá esta edición para quedarse: “la cultura y el arte, más que un privilegio, deben ser un derecho fundamental en la vida de las niñas, los niños y los jóvenes, pues hacen crecer el espíritu, la esperanza y los sueños; en ella no debe haber lugar para ningún tipo de racismo ni clasismo”. Tiene razón al apuntar que el arte ante las crisis de cualquier índole es el primero en salir y el último en volver, aunque sea también lo que permite a la sociedad y a los individuos mantenerse en pie y sentirse vivos durante los tiempos difíciles: “en esta edición se reactiva el festival con la fuerza de antaño, se reactiva la esperanza y la alegría de los artistas y del público, se reactiva el asombro del arte”.

Otras dos mujeres sobre la inmensa escena fueron las comisionadas para inaugurar la gala dorada: la soprano Hera Hyesang Park, del país invitado, Corea, y la soprano mexicana, María Katzarava, junto con la excelsa Orquesta Filarmónica de la, también invitada, Ciudad de México. La elección fue más que adecuada, pues ambas voces en ensamble hicieron del sonido magia; la primera, exquisita y auténticamente bella, cuya interpretación suspende el tiempo y la imagen en paisajes de melancólica ensoñación casi tangibles; la segunda, llena de una pasión magnánima e inagotable, capaz de desgarrar o sublimar cualquier alma. Hera, con el entusiasmo a flor de piel por estar en este escenario y en esta tierra, baila cual niña con los compases de las piezas mexicanas sin importar que las letras hablen sobre tempestades; María, espléndida y segura, como en cada una de sus visitas cervantinas desde hace años, durante toda la vida, se planta ante la numerosa orquesta, ante la multitudinaria audiencia y ante los infinitos fuegos artificiales.

Sin embargo, pocos saben que este Cervantino de oro llegó de manera íntima aún en la espera, una tarde antes con ropa informal y pelo revuelto, desajustes técnicos, una gradería limpia y las nubes de un crepúsculo rojizo perdiéndose entre los cerros para dar paso a este encuentro jubiloso y libertario, pues, ya lo diría el autor conmemorado, “la cultura es libertad” que concilia, une, reconforta, sana, engrandece; “la libertad crea”, reclama su lugar y, aunque la ambición, la maldad, la crueldad y el egoísmo se opongan, siempre vence.