Un hilito casi blanco por Asa

La noche que Edgar me penetró supe que todo se estaba acabando, no fue la intensidad de sus embestidas, mucho menos el tamaño de su verga, su depilación casi perfecta, ni siquiera esa argolla en el glande que raspa en cada sacudida. Lo supe por el cigarro después de la cogida, uno mentolado que aromatizaba todo, la sábana y el papel de baño dónde nuestros hijos muertos se secaban.

Se levantó para tirar la colilla en la basura, con esa humanidad sudada, a medio erguir, sin prisa. Yanoteamo dijo con una voz sin tregua, Mecansédetodoesto siguió diciendo y su verga fue poniéndose dura, como si el acto atroz de partirme el alma le emocionara.

Estuvochidoperoyanofuncionamos/noestamoshechosparaestarjuntos.

Esmejorseguircadaquienporsulado. Su glande explotó al soltar esas últimas palabras, un chisguete viajó a toda velocidad alcanzando brevemente la orilla de la cama, el edredón de San Marcos pensé que sería un buen cementerio para todo aquello que ya no eramos. Meestásescuchando dijo con un grito apenas terminó de venirse. No di respuesta, estaba muda, pensé en su semen, leche de niño virgen y prodigioso como un ácido que destruía mis cuerdas, mi garganta y fecundaba desde adentro un odio entero, una rabia de elefante.

Siquierespodemoscogerotravezporlosviejostiempos, me levanté para encontrar mis calzones, una tanguita deliciosa que apenas combinaba con ese cuarto barato. Me vestí a tientas, sabía que observaba.

YaNoTeAmoYoTampoco. le dije susurrando.

 

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