Un nombre e infinitos rostros por hallar por Joan Carel

Cortesía FIC: Carlos Alvar

En parte motivado por su esencia originaria, el escenario del 53 Festival Cervantino abrió las puertas del Teatro Principal, espacio universitario, para una de las agrupaciones mexicanas más longevas en cuanto al fomento y la promoción del arte escénico: el Taller Coreográfico de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Desde 1970, aunque su elenco principal está conformado por bailarines profesionales, este también involucra a estudiantes de la máxima casa de estudios del país y a la comunidad en general. Esta vez, la historia a contar se centra, igualmente, en la juventud y las pasiones del amor no correspondido: Giselle.

Sin embargo, la propuesta es una adaptación de la coreógrafa Melva Olivas, que contextualiza la obra de ballet clásico, creada en 1841 en Francia, en la violencia del territorio nacional bajo el subtítulo “Las que no volvieron”.

La Orquesta de Cámara de Bellas Artes es quien abre la función con un preludio musical, que pronto deja ver, sobre el suelo y al centro de la escena, a la joven protagonista enfundada en un sencillo vestido negro. Detrás, la escenografía ilustra un campo tridimensional donde se oculta el resto del elenco hasta su primera aparición más tarde.

Cortesía FIC: Carlos Alvar

Para un asistente guiado por el mero nombre y su posición en la tradición dancística, además de la música que sigue la composición decimonónica de Adolphe Adam,  la extrañeza es inherente frente a los elementos del vestuario y la técnica contemporánea. El sonido de los pies descalzos sobre la duela hace evidente la ausencia de las puntas clásicas en perfecta sincronía, aun cuando se conserven rasgos durante la ejecución.

La velocidad del movimiento es admirable; la mayoría de los artistas son jóvenes, puede notarse que continúan en formación, mas eso no reduce el valor de su trabajo; al contrario, esa energía abona a la verosimilitud de la diégesis, aunque, por momentos, la fuerza es demasiada, sobre todo si se tiene presente la referencia del ballet.

La trama no es compleja: una muchacha campesina se enamora de un joven rico, quien la traiciona para cumplir su deber social en matrimonio con otra mujer; esa afrenta es descubierta por uno de los amigos de la primera, quien la ama sin ser correspondido.

En ese clímax, destaca el ímpetu en la expresión corporal de Giselle, donde sus celos crecen hasta desbordarse frenéticamente en un estado de locura, a punto del crimen. Con una firme arma representada por sus dedos y un brazo recto que apunta sin riesgo al fallo, la joven irradia su dolor, mismo que se expande al cuerpo coreográfico, el cual la envuelve fungiendo como un coro griego para enmarcar y exaltar su sentir más allá de las luces. En el cuadro y en butaca, todos sufren la misma devastación, hasta que ella, incapaz de derramar sangre, huye corriendo fuera de la escena.

Ahí concluye el argumento conocido y entonces cobra sentido la escenografía, los matorrales de los que emergen lámparas de búsqueda. Giselle ha desaparecido. La vestimenta también se torna congruente, el negro del cortejo fúnebre para un cuerpo que no está.

Cortesía FIC: Carlos Alvar

Su madre se posiciona al frente del colectivo, que da soporte a una agonía ahogada para mantenerse en pie: “Tengo una foto de mi hija entre las manos; tiene 17 años y cabello oscuro; dejó de contestar los mensajes, se subió a un coche”. A esta siguen narraciones de la última vez que fueron vistas Casandra, Marisela, Valentina, entre tantas (y también tantos) más.

“Que el paso del tiempo calma el dolor… ¡Mentira! Ahora mismo trae un vestido negro. ¡Regrésenmela!, por favor”. Luego luz roja, pero ni pensar que sea de alguna autoridad comisionada para ello. La búsqueda sigue, se intensifica. Entre la maleza, los bailarines encuentran piernas, brazos, manos (de ellos mismos). Incertidumbre e impunidad.

Después de un intermedio, los fantasmas sin rostro de ese sinfín de mujeres inunda la escena. Portan vestidos blancos que envuelven su cuerpo, cual mortajas, y máscaras que hacen de sus rostros una superficie nívea y rasa, además de emerger ramas de sus cráneos. El fondo es rojo, tan profundamente rojo.

De aquellas figuras en movimiento, que la abrazan en señal de despedida y resignación, se observa a Giselle sin la tela que oculta su faz. Sola y desde ultratumba, se encuentra con los dos hombres que se disputan su amor. Lleno de culpa, a quien ella concedió su pasión le ofrece flores, mismas que la joven destroza, quizá como desahogo de la imposibilidad de su vida y sus ilusiones. Reina ahora, con sobradas justificaciones, su temperamentalidad y una fidedigna rabia.

Como una venganza de ultratumba, finalmente, los fantasmas envuelven al malhechor, lo absorben y sepultan negándole el derecho a buscarla. Buscarla… ¿En qué momento, la posibilidad de ser hallado entre montañas de cuerpos sin rostro ni nombre se ha convertido, casi, en la exigencia de un pueblo como una garantía individual?

Cortesía FIC: Carlos Alvar

Giselle, las que no volvieron
Taller Coreográfico de la UNAM y la Orquesta de Cámara de Bellas Artes
17 y 18 de octubre de 2025
Teatro Principal

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