Una despedida que se bifurca por Valentin Eduardo

Las palabras no me alcanzan, dice el poeta en tantos idiomas. El lenguaje es la casa del Ser, le contesta Heidegger en alemán. Yo quiero que me alcancen las mías, que a pesar de todo lo perdido los últimos dos meses de mi vida, las palabras puedan ser suficientes para despedirme de ti, querido amigo/amiga improbable que no me conoció en medio de los rumores y las mentiras, las culpas y las ingenuidades. Si no los llamo por su nombre ahora, que me disculpe el discreto lector, que no puedo ni debo romper la poca intimidad que queda entre ellos y yo. Esa poca intimidad que me salva de la locura.

Octubre fue duro, me debatí en la soledad sobre qué hacer conmigo y con nosotros, procurándome la poca paz que no me está vedada. Pensé mucho en ustedes, como no lo ha hecho ahora ninguna persona a quien amen, como yo mismo no lo había hecho nunca en mi vida por alguien, por algo, ni siquiera por dios. Es probable que apenas lo hayan notado, o intuido con el transcurso de los días en que no hubo palabras de ninguno.

Hace un par de meses eso hubiera sido impensable pues el tiempo no se resentía siquiera. Seguro pasamos uno, dos o tres días sin hablarlos, pero la conversación seguía ahí, pendiente, esperando el momento para reanudarse. Ahora, como diría Borges, todo es del olvido. Cada momento dichoso que pasamos juntos, cada conversación a medianoche y hasta quedar tendidos en la playa o en el cuarto de Airbnb, muertos de cansancio. Mi risa y tu oído, mi oído y tu risa. Las grandes y mutuas esperanzas, la indignación y la soberbia.

Estoy profundamente orgulloso, y no puedo evitar decirlo, de haber estado a la altura de la coincidencia de toparme contigo.  Por un momento pude dar el ancho con la mejor versión de mí, semejando tu vida y tu más sincera persona, igualando en estatura a dos montañas gemelas que cultivas para bien. No me arrepiento de nada, especialmente no me arrepiento de mis errores, que siempre me han hecho ver a los demás con otros ojos, aquellos que me ven desde otro cuerpo y otra alma, que me juzgan no por lo que soy antes bien por lo que ellos han de ser.

Así es como los he visto, en la eternidad y ya no en el tiempo, amigos. Como jueces que sin querer se desnudan ante el acusado pensando que lo condenan. Una vez y para siempre, como el destino irrevocable se muestra a cada hombre (otra vez recuerdo a mi viejo). Lamento no haber sido capaz de ganarme su confianza ni su cariño, que no necesitan de las palabras ni los perdones. Sepan que en verdad lo intenté. He sido valiente en más de una ocasión al confesarme, y no me he equivocado. Por su manera de vivir y de soñar sin importarles los límites de sus circunstancias, siendo generosos e inteligentes. Sé que por ustedes soy un hombre más capaz de enfrentarse a lo que sea que esté por venir, y por eso les estoy agradecido con creces. Hasta pronto.

 

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