Una y otra vez por Aurora Haro

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Estoy harta, tan harta. No puedo soportarlo más.

Me quema la garganta; el sabor del nombre maldito marchita todas mis palabras.

El desplome de la tarde: los tonos rosáceos y anaranjados se difuminan, para pintar de azul pálido el firmamento, una marea tranquila que remueve los destrozos del día, oculta, por una fracción de momento, el doloroso ardor que asciende en un escalafón dantesco.

Seguramente, tú estás esperando la noche, para no ver en dónde ni con quién terminarás, y, con un poco de suerte, para no verme en cada destello de luz fugaz.

No es mi intención, lo juro ante todos los dioses, llamarte cada vez que el mundo se vuelve demasiado crudo, demasiado vano; ni siquiera espero que prestes atención a mi letanía infinita, pero, eres demasiado benévolo… O un poco egocéntrico.

A veces deseo volver a nuestros momentos oscuros: Cuando éramos, ligeramente, más ingenuos. Cuando aún temía tomar tu mano, con la inquietante sensación de que te alejarías. Cuando lucías nervioso ante mi atención, porque no sabías si realmente tenía interés o sólo fingía en compasión. ¿Cuándo nos deshicimos de las ataduras que nos mantenían rehenes del sobrio actuar?, ¿cuándo empezamos a ser tan indómitos y lanzarnos a las profundidades del abismo?, vamos dando tumbos, probando cada camino desconocido, ¿sabemos ya cómo terminará el cuadro? Estamos vacíos, sin nada qué perder, ¿por qué no lanzarnos en picada?

Pero… No debemos; juntos somos fatídicos; nos envenenamos el uno al otro con cada broma infantil. Dueles con cada risa y te lastimo al hacerte sentir cómodo, porque ese momento superfluo quedará suspendido en el espacio deshabitado de nuestras memorias más secretas, ¿de qué me sirve la risa brotando por tus labios si no puedo sentirla contra mi piel?, ¿para qué sentirte cómodo si tendrás que volver a tu falsa piel en cuanto yo me aparte?

Somos dos astros inconstantes, esperando coincidir en el vasto universo, una vez que lo hagamos, colisionaremos en caótico choque, como sólo tú y yo sabemos hacerlo, dejando tras nuestros pasos almas destrozadas y vorágines de desgracia que se elevan hasta cubrir enteramente la cruda realidad.

La noche comienza a cubrir con su velo mis recuerdos más profundos, abrazo tu imagen etérea, rogando en estruendoso silencio para que por la mañana pueda arrepentirme de haber vuelto, arrastrándome, otra vez a ti.

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