Verso del campo, verso del alma por Joan Carel

Carlos Alvar (cortesía FIC)

En los campos de Cuba habitan los guajiros, seres que desde hace décadas, si no es que siglos, trabajan la tierra y  pasan los tiempos libres contando las alegrías imperecederas, aunque a veces también las penas, al compás de una guitarra u otro instrumento de cuerdas conforme lo dicta el corazón. Gente que sabe del esfuerzo, de la pena, y que descubre con su sabiduría verdades trascendentes escondidas en las insignificancias de la cotidianeidad. Sus versos nacen de la nada y de todo, justo en el momento en el que se pronuncian y no se repiten; son un devenir repentino de la consciencia vital. La parte inicial va cantada dos veces siempre, siempre, como impulso para la improvisación postrera mientras ecos de un flamenco español se asoman entre los falsetes y los adornos en los finales del verso; también se vislumbra la herencia poética en el empleo de la décima, pero tan revolucionaria ha sido la isla que ahora la proclama orgullosa como propia, además de la serenata y el punto: su estrofa nacional y patrimonio cubano oficializado desde 2017.

En esta ocasión, dos son los repentistas que llegan a hacer gala de su tradición, Héctor Gutiérrez y Aramís Padilla, cuyo oficio es una ciencia poética de ritmo, medida e ingenio exactos que no cualquiera podría lograr. Esta empresa arriesgada y valiente, decisiva en tiempos de la revolución cubana, fue esta vez, quizá sin saberlo, amenidad para un grupo de personas de fina cara y modales; cultísimas parecen (repitiendo clichés burdos de la “alta poesía”) y de buen gusto capaces de pagar un boleto no barato, transportarse en sus cómodos autos a la lejana Ex-Hacienda e instalarse con sus túnicas frescas y claras en los asientos que les plazcan, aunque ya estén ocupados por otro no tan exquisito pero sí madrugador asistente, para luego escuchar como grandes conocedores la bandera libertaria de un país que, no solo en distancia sino en modo de vida, les es tan distante.

En México, aunque con otro nombre y quizá con otro temperamento, también existen guajiros creadores de música que a la nación da identidad. Sin embargo, aun cuando sus aportaciones sonoras son tan aplaudidas, bailadas y cantadas, resulta una hipocresía la estratificación que se mantiene como un castigo para la gente cuya vida es en la tierra o en la orilla del mar. Habría que viajar a Cuba y experimentarla por un buen tiempo para constatar que no existe, como aquí, un estigma clasista, pero dicen los hombres de guayabera que allá esta habilidad del campo es un oficio que se respeta, tanto que hasta existe una institución que vela por la permanencia del verso improvisado y un repentista está al mismo nivel de un gran poeta. Así, sube al escenario Waldo Leyva Portal, poeta maduro de espíritu afable con una inteligencia avasallante, quien guía como maestro por unos minutos a los otros dos hombres: “A lo lejos un barco inventa el mar / pero resulta que no es de mañana; / yo también te invento como el barco del mar / y el horizonte solo es esa ventana”. 

Con ayuda del público en diversos ejercicios lúdicos para la improvisación, los versos fluyen entre los jardines, a veces como homenaje, celebración y júbilo por el momento presente, por la visita a un nuevo país, por la participación en un festival importante, por la estancia en una locación hermosa; otras, como remembranza de las travesuras olvidadas (la novia de la infancia) o los momentos definitorios de dificultad (la pérdida de la esposa amada y un lamento que es un grito del alma). Suenan las cuerdas sin pausa a cuatro manos mientras las voces apenas toman un respiro cuando se alternan, juegan, retan, confiesan, descubren, viven y cantan un verso extendido, cual puente, entre su tierra y estas veredas lejanas.

 

Hectico y Aramís: los guajiros de Cuba
Pura improvisación
23 de octubre de 2021
Ex-Hacienda San Gabriel de Barrera

Fotografía: Carlos Alvar (cortesía FIC)

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