Con Jacq lejos, Landon podía enfocarse en otros aspectos de su vida; para empezar, no debía cuidarse mucho a la hora de estar vistiendo tal o cual ropa, así que volvía a sus viejos hábitos masculinos, puesto que inclusive eso había cambiado con el “tratamiento” que recibía. Algunas veces, mientras se duchaba o estaba boca arriba en la cama, sin poder dormir, se quedaba pensando en qué podría haber sido de su vida si no se le hubiera presentado dicha oportunidad; en cierto sentido, se sentía culpable, porque constantemente tenía que llamar a Eric para reportar sus faltas y evasiones a algunas indicaciones. “Está bien, sólo te pido seguir con ello y, por lo demás, tendremos que tomar algunas otras medidas”, se había memorizado la respuesta, o al menos la base de ella.
Estaba consciente de que todo lo que hacía estaba monitoreado; sus sesiones a terapia algunas veces duraban más, y las revisiones habituales ya no empleaban el mismo número de muestras, o los mismos exámenes de antes; ahora tenía más exámenes, más peticiones, más muestras qué dar. Sangre, orina, saliva, mucosa, sudor… Todo.
Sonó su móvil, mostrando en la pantalla el nombre de Eric. Landon dudó en responder, puesto que hoy era uno de esos días en los cuales no tenía ánimos para hacer nada, pero debía hacerlo.
—Supe que te has quedado solo…— dijo la voz de Eric, al otro lado de la línea —Pero te tengo una propuesta. Han llegado algunos resultados del laboratorio. Los he revisado una y otra vez…
—¿Y?— Landon sonaba como siempre —No me digas que estoy embarazado y que por ello deberé descansar de mis vicios. Te dije que podría cumplir lo que me pidieras, pero no dejarlos de la noche a la mañana.
—…— Eric dudó un momento. Se escuchó cómo respiró profundamente y prosiguió —Hay algo que quiero probar, pero para ello necesito tu confirmación. Además, en tu historial familiar me dice que eres hijo único…
—Sí, exactamente. Soy hijo único, ¿qué carajos tiene eso que ver con lo demás?
—Bueno, sucede que quiero corroborarlo. Es todo. Sólo eso —Eric sonaba confiado —, pero necesito que aceptes, en dado caso, la prueba, porque debe ser firmada y debe llevar tus huellas dactilares. Tú sabes, por motivos legales.
—Mmm…— Landon comenzaba a dudar —¿Para qué mierda es? Te lo dije, soy hijo único.
—Sucede que, para otra fase del tratamiento, necesitamos corroborarlo.
—Hmmm…— Landon tragó saliva, pero esperaba saber más de eso. Después de todo, se había acostumbrado al tratamiento —Está bien, pero debo estar ahí cuando los resultados lleguen. No deseo tener la sorpresa después de ti. Quiero estar ahí cuando abras el sobre con los resultados, sólo eso, ¿te parece?
—De acuerdo— Eric no dudó. Le importaba poco, en realidad, que hubiera ciertos “inconvenientes”, con el fin de tener esos resultados —. En cuanto lleguen te llamaré. No tardarán mucho, en realidad, pero puede serte útil saber si tienes o no parientes en esta parte del globo. Te enviaré los detalles al móvil, tomaremos las muestras mañana temprano, ya sabes la hora y, por favor, procura llegar puntual.
Landon colgó. No deseaba escuchar más la voz de Eric, al menos durante el resto del día; le producía suficiente molestia ser una rata más de laboratorio, pero a cambio recibía un pago considerable, así que no pensaba en que hubiera complicaciones después de esto. Si Eric deseaba un expediente entero, sabía quue podía tenerlo y que, de hecho, ya lo tenía; pero era verdad esa parte del trato: anteriormente no había accedido para que compararan su ADN con el de alguien más y para efectos legales, como lo llamaba Eric, era necesario que lo hiciera. Venía en una pequeña cláusula del contrato, una que había leído con suerte. A pesar de no ser muy listo, de haber sido un vagabundo y ahora de tener un trabajo como encargado de un bar, sabía leer y comprendía que no podían acceder a nada que él no deseara mientras fuera su rata de laboratorio.
Tampoco deseaba regresar a la vieja vida; mucho le había costado alejarse del radar de todos para ahora tener “la suerte” de encontrarlos, o de que le encontraran. Algo en su interior le decía que no podía confiar enteramente en Eric, pero mientras tuviera aquél contrato, con tiempo definido, debía doblegarse un poco; deseaba que ya llegara a su fin, pero no estaba ni a la mitad de su tratamiento. ¿De qué lo trataban, para empezar? No estaba seguro, pero recordaba que en las primeras sesiones casi siempre había asistido en estado etílico y no confiaba mucho en su memoria en esos ayeres. Fue cuando Eric mismo le dijo, empuñando la mano diestra y golpeando su escritorio: “Si esto le parece un juego, tengo mejores personas en las cuales gastar mi dinero. Si usted lo quiere, y también quiere ayudarse, ¡regrese mañana en sus cinco sentidos!”. Y así había hecho. No había necesitado de Jacq ni de nadie más para darse cuenta de que le importaba poco su condición en ese entonces porque, después de todo, casi era seguro que si no le dejaban de encargado, al menos podría seguir trabajando en la cocina.
Pero siempre había aspirado a más. Lejos de su familia, lejos de los que no lo conocían, pero a más.
Abrió la galería de su móvil y pasó las fotos, una por una: cosas del bar, botellas, fotos tomadas en su casa, él con resaca, una fotografía mal enfocada de una cajetilla de cigarrillos, el exterior del bar, el amanecer… Un cuarto a media noche con una chica asomándose por la ventana.
Se quedó observando durante largo rato la fotografía, cayendo en la cuenta de que había visto a esa joven antes. No ubicaba bien dónde, pero sabía que no era cualquier persona; tampoco recordaba la razón de tomar la fotografía, pero tenía la vaga idea de que esa noche algo le había indicado que girara la cabeza y tomara la fotografía. Se llevó la palma de la mano siniestra a los ojos, descansando la mirada, y cuando volvió a ver la pantalla del móvil la imagen ahí era diferente: una calle sola, sin hotel, sin chica, sin nada.
Se incorporó estrepitosamente, seguro de que no había movido nada, buscando entre las fotografías en su galería, sin éxito. Cerró la aplicación y abrió las notas, viendo entre todas aquellas, buscando; por fin encontró algo: una dirección, con la misma fecha que la de fotografía de la calle vacía. Era el Artisan Hotel en la Avenida Sahara.
Anduvo de un lado a otro en la estancia, buscando su chaqueta negra de cuero, poniéndose las botas, agarrando sin cuidado su cabello con una liga, poniendo el móvil en un bolsillo de la chaqueta y procurando no olvidar su cartera; no estaba seguro de por qué necesitaba ir ahí, pero sabía que si había escrito la dirección y había tomado una fotografía de la calle vacía, era por alguna buena razón.