Watchmen, la serie de HBO por Esteban Govea

Watchmen es uno de esos cómics que vino a cambiarlo todo durante los años ochenta. La complejidad psicológica con que Alan Moore dotó a los personajes era inusitada para el género de los superhéroes y abría nuevas posibilidades narrativas. Watchmen, al retratar a sus personajes como hombres y mujeres de carne y hueso, ofrece una deconstrucción del género de superhéroes bastante inmisericorde.

            En el Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons no sólo existe la parodia (las reuniones de hombres disfrazados en contextos elegantes, las muertes accidentales causadas por el uso de las capas, los nombres ridículos de los héroes y los adversarios), sino que hay también sátira (la guerra fría, el imperialismo gringo, el fascismo, la tendencia bélica humana como medio para obtener la paz mundial). Al aplicar una lógica hiper realista al género de los súper héroes, Moore logra subvertirlo por completo. Lejos de ser adalides de la justicia y la moral, estos “héroes” tienen motivaciones bastante diversas, casi nunca heroicas. Todos son ridículos, es cierto, pero algunos son además fascistas, sádicos, buscadores de fortuna, otros son lunáticos de manicomio o personas con tendencias suicidas o fetiches sexuales. De los protagonistas de la novela gráfica, Rorschach es un sociópata sexualmente reprimido con tendencias megalómanas; Night Owl es un junior multimillonario aburrido; Silk Spectre es una mujer vanidosa que está tan aburrida como el personaje anterior; Ozymandias es un completo megalómano y sociópata que lleva el pragmatismo a su conclusión lógica, aunque para lograr su cometido tiene que maquinar el plan más complicado y absurdo; por último, el Doctor Manhattan, el único de ellos con verdaderos poderes, es tan poderoso que se acerca a ser una deidad: su inmortalidad y omnisciencia, no obstante, lo han alejado de los asuntos humanos hasta el punto en que, pudiendo arreglarlo todo, no le interesa hacer nada y hay que convencerlo de que intente salvar a la humanidad.

            Por todas las características anteriores, la importancia de esta novela gráfica es tal, que no es una obra venerada solamente por los fans de los cómics, sino por los lectores en general. Se trata de un cómic que recomiendo ampliamente y al cual le tengo un aprecio muy especial por la corta edad a la que lo leí y por lo mucho que influyó en mi decisión de dedicarme a contar historias: me enseñó que las grandes historias a veces tienen aspectos ridículos, lo que en mi trayectoria de narrador ha llegado a ser un credo.

            Por el contrario, no recomiendo el bodrio abominable y blasfemo que fue la versión fílmica de Snyder. Que descafeinó el material original de Alan Moore y Dave Gibbons, despojándolo de toda su complejidad moral, de su sátira, de su parodia, de su afán deconstructivo y convirtiéndolo en un blockbuster clasificación B15, lo cual era inevitable. Inevitable porque pusieron a cargo a Snyder, que no conoce de ritmo, ni de sutileza, ni de conflicto, ni de catarsis. Pero también porque Watchmen no es fácil de adaptar.

            Diez años más tarde, en el presente, cuando me entero que HBO lanzó una serie secuela del cómic original (no de las sucias, sucias precuelas lanzadas por DC), mas no de la película de Snyder, que queda ignorada, como debe ser; mi reacción fue de cauto optimismo.

            Luego, me enteré de que la serie estaría en buena medida escrita por Damon Lindelof, guionista de Lost (famosa por dejar sus cabos narrativos bien sueltos) y películas como Prometheus, Star Trek Into Darkness, World War Z (famosas por dejar sus cabos narrativos bien sueltos), Cowboys and Aliens y Tomorrowland (famosas por ser infumables y tener cabos narrativos bien sueltos) y no supe que pensar.

            Luego vi la serie y ya sé qué pesar, por eso escribí esta reseña. A ver, pongámonos cómodos, que hay mucho que desentrañar aquí.

            En primer lugar, la serie está ambientada en el 2019, es decir 30 años después de los sucesos del desenlace del cómic, y sigue la continuidad bastante apegadamente, así que quien no tenga el cómic fresco probablemente quiera echarse unas sesiones de lectura, y quien no lo haya leído, pues deberá leerlo, o en su defecto ver la serie con alguien que lo haya hecho.

            En fin, a causa de los sucesos del desenlace del cómic, el mundo de la serie es muy distinto al nuestro, una suerte de mundo alterno. Para empezar, no hay internet ni telefonía celular y Robert Redford es presidente. La corrección política extrema ha quedado institucionalizada y se prohíben drogas como el tabaco, mientras que la mariguana parece ser legal. El matrimonio homosexual, las identidades trans y el aborto son asuntos cotidianos y derechos garantizados por el Estado. Además, hay algo así como un programa de compensaciones a los descendientes de las víctimas históricas del racismo.

            En Tulsa Oklahoma, una banda de epígonos conspiranoicos de Rorschach, que tiene nexos con una organización supremacista llamada La Séptima Caballería llevó a cabo una masacre de policías que motivó a que las fuerzas de la ley asumieran identidades ficticias y máscaras para protegerse (así es, como si fueran super héroes).

            Los protagonistas que se nos presentan son en su mayoría caras nuevas. En primer lugar está la detective Angela Abar, que se hace llamar Sister Night, casada y con hijos adoptivos, huérfanos de su anterior compañero de trabajo. También está Wade Tillman, alias Looking Glass, que porta una inquietante máscara espejo y se especializa en interrogatorios. Ambos operan bajo el mando de Judd Crowford, el jefe de policía cuyo pronto asesinato motiva que toda la trama se ponga en movimiento.

            De los personajes del cómic original tenemos a Laurie Blake, alias Laurie Juspeczyk, alias Silk Spectre, quien se ha pasado al bando de la policía y a Adrian Veidt, alias Ozymandias, interpretado mag-ní-fi-ca-men-te por Jeremy Irons, quien de alguna manera logra dar el matiz exacto de megalomanía sociópata que necesita el personaje.

            La serie tiene sus fallos y sus aciertos. Y, sorprendentemente, pocos cabos narrativos sueltos.

            A partir de aquí habrá spoilers moderados, tanto a la serie como al cómic, así que quedan advertidos.

            Entre sus aciertos figura, sobre todo, el explicar la continuación del plan de Adrian Veidt para garantizar la paz en la Tierra, al tiempo que se explica lo que ocurrió con el diario de Rorschach que, recordemos, termina enviado a la redacción de un libelo de ultraderecha denominado New Frontiersman.

            Luego del ataque a Nueva York, el público ultraderechista y supremacista del New Frontiersman debió adoptar el testimonio de Rorschach. Como ese testimonio contradecía la farsa sobre la cual estaba construida la paz mundial y la narrativa del actual gobierno de Robert Redford, la ultraderecha supremacista y sus grupos quedaron perseguidos tanto política como policialmente.

            Otro acierto es el tratamiento que se le da a Adrian Veidt y a los antiguos Minutemen y todo el asunto con Hooded Justice.

            Todavía otro acierto es la descripción del síndrome de estrés postraumáticos de quienes fueron expuestos a la onda expansiva psíquica del ataque de Nueva York.

            Ahora bien, su mayor desacierto, a mi parecer, lo constituye el Doctor Manhattan, que debería tener una explicación mucho más convincente sobre su renovado interés en la humanidad. Al final del cómic vemos un Dr. Manhattan muy distante, con una cognición y una corporeidad que trascienden por mucho los límites humanos y que son por lo tanto incompatibles con la humanidad. Sobre sus motivaciones para volver a la tierra en primer lugar, más allá del bucle de causalidad temporal que se establece, la serie no nos dice mucho. Sólo podemos especular que al buen Doc le entró la nostalgia luego de ver lo limitadas que resultaron sus propias creaciones.

            Al final, Watchmen se muestra respetuoso con el material original. No continúa la historia de todos los personajes que quedaron vivos en el cómic anterior, sino que lidia con nuevos problemas y un nuevo presente que, a pesar de los mejores esfuerzos de Ozymandias, está a punto de cambiar radicalmente.

            Aunque es buena en sus aspectos técnicos, Watchmen es una serie pensada para los fans, ya que presupone la lectura de un cómic que se publicó hace más de treinta años. Esto la vuelve inaccesible a buena parte del público, claro, pero el verdadero problema es que, al pretender erigirse como una secuela canónica del cómic Watchmen, la reducida parte del público a la que va dirigida la serie será seguramente muy crítico.

            Un aspecto que aplaudo es que la serie desafía la ley tácita de que las secuelas deben ser más grandes, con más personajes, más efectos, más de todo. Por el contrario, la serie tiene una menor escala que el cómic, circunscribiéndose a lo sucedido en Tulsa, Oklahoma, e involucra a menos personajes.

 

 

Esteban Govea (1988) es un poeta, narrador y guionista guanajuatense radicado en la Ciudad de México desde 2006. Es licenciado y maestro en filosofía por la UNAM, con especialidad en estética. Estudió guion de cine en el CCC. Es autor de Sexto sol, La música cósmica y La poética robot, todos ellos disponibles en Amazon.

 

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