Hace veinte años no sabía lo que era tener veinte años; no sabía lo que era no ser gobernado por el PRI, pero tampoco lo sabían mis padres ni mis abuelos; los cimientos de la campaña de FOX se metían hasta los comedores de mi familia y la de mis amigos, Molotov rifaba en secreto, no había tres muertos diarios en la ciudad en donde vivo, y los cigarros aún se anunciaban por televisión.
En 1999 Bill Clinton era enjuiciado siendo presidente, su majestad aérea Michael Jordan se retiraba por segunda ocasión del basquet (y lo haría una tercera), la UNAM se iba a huelga; Veían la luz: Windows 98, Californication, Fight Club, Naruto, Super Smash Bross, Matrix y South Park; jamás volverían a ver la luz: Jaime Sabínez, Paco Stanley, Valentín Campa y Kubrick.
Amlo estaba por ser jefe de gobierno del Distrito Federal, Elba Esther era senadora priista al igual que Silvia Pinal, Felipe Calderón buscaba una diputación federal, a Enrique Peña le faltarían cuatro años todavía para ser diputado local, Beatriz Gutiérrez Müller terminaba la carrera en comunicación, Marcelo Ebrard era diputado por un partido que ya no existe, Sheinbaum alejada de la política acumulaba puntos en el SNI, Meade dirigía el CONSAR, Claudia Ruiz Massieu aún no salía del mundo docente y Donald Trump compraba Miss Universo.
En 1999 el mundo era otro, México era otro, yo también.
Aun no había dormido en la calle, no conocía el hambre ni me habían apuntado con un arma. No me había acabado una botella de lo que fuera, no me había fumado lo que fuera ni había leído a Pessoa o a Castillo, no había llorado al cantar el himno nacional, no había reído en un funeral ni nadie había llorado por mis estupideces, no había pisado un burdel ni un templo mormón, no conocía la resaca ni el trabajo ni los ataques de ansiedad, no conocía la desnudez ni había tenido necesidad de hacer planes de nada, ningún gobernador me conocía ni yo conocía gobierno alguno. No había bebido cerveza directo de un zapato mugroso, no había amanecido en otra ciudad con un gafete de un nombre que no era el mío, la policía no me había detenido, no había tenido qué sacar a nadie del tambo, la soledad no mordía en las madrugadas, el teléfono no hacía la ley del hielo porque no había teléfono en mi casa, no era un extranjero en mi pueblo, la báscula era menos insultante, los espejos no sabían de desveladas ni se ocupaba mi mente en desentramar intrigas palaciegas por pedido.
Todo eso habría de cambiar vertiginosamente en las décadas posteriores con mi parecer, sin mi parecer, y a pesar de mi parecer.
Pero en 1999 mis amigos ya eran mis amigos. A ellos con cariño.
“Que veinte años no es nada, que febril la mirada errante en la sombra te busca y te nombra. Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que hoy lloro otra vez”, Gardel – Le Pera.