Tal vez, solo tal vez hace falta salir
de los callejones sombríos infestados
con fluidos rancios, olorosos a desconsuelo,
a fracaso, a duelo.
Tal vez lo que se necesita es atreverse a cruzar
y pisar las avenidas,
dejarse cegar por sus luces de neón,
por el júbilo del tráfago popular
que se pavonea en las aceras.
Tal vez hace falta colocarse bajo el farol
a las afueras de aquel bar en doble planta
y disfrutar el jazz, las armónicas tonadas
que vibran con el corazón hacia la nada.
Probablemente se necesita perderse
entre jardines y fuentes,
entre cerros y puentes,
contemplar el atardecer a la orilla del abismo
y arrojarse en la oscuridad de la noche
atravesando los desiertos adornados por luceros.
Pero cuanto absurdo es el pasarse las noches pensando,
imaginando historias que jamás serán contadas,
escritas ni recordadas,
pasar en cama el verano, el otoño, invierno
y primavera entre hojas blancas,
entre plumas y letras y tecleos vanos.
Que no soy tan joven para querer comerme el mundo,
pero tampoco soy tan viejo como para pasar
el resto de mi tiempo cruzado de brazos,
con los pies atados a una silla, un sofá,
un colchón y cuatro paredes que me esconden
de la mirada de curiosos,
evitando que me vean terminarme otro vaso.
Hoy podría o debería (vaya usted a saber)
estar llorando por un corazón roto,
estar cantando por un amor nuevo,
estar bailando por un momento ameno,
debería sentir el aire fresco,
esa brisa golpear mi rostro cual bofetada,
debería andar bajo la lluvia refrescando mi alma,
debería atrapar el sol con mi mano
y ver cómo de a poco se escapa entre mis dedos.
Tal vez solo hace falta tomar un boleto
hacia ninguna parte y volver a sentir
ese cansancio de tanto andar apresurado,
emocionado entre museos y teatros,
entre campos y ciudades,
montarme en tranvías, aviones,
camiones y un mapa en la mochila.
Sí, tal vez debería estar haciendo todo eso
en vez de estar escribiendo esto.