Los árboles han borrado de su corteza el recuerdo de mi nombre,
sus hojas renunciaron al viento que viajaba cerca de mí.
El fuego profanado ya no calienta la sangre eterna
de este cuerpo arrancado de voluntad propia.
El rojo de mis manos abandonó su labor
para ser reemplazado por el blanco,
fruto de la ausencia de reflejo.
Ya no recuerdo mi misión,
sólo la piedra que gira.
Desciende al inicio.
Nunca para.
Cae.
Ascendemos.
Mis recuerdos dictan
quién era yo en el mundo
antes cargar el grillete de roca
que me tiene atado a la eternidad.
El peso que vuelve blanco mis manos
me susurra que en los más altos montes
se encuentran todos los recuerdos que tuve.
El sol, que se ha cansado de quemar mi frente,
su luz provee la humanidad que he perdido desde
aquellos años en que obligábamos a los dioses a vernos.
Es por su voluntad que los nombres por siempre serán
olvidados de toda lengua conocida por nosotros.
Abandono, ese es su castigo final a aquellos
cuya sangre reposa en los campos donde
el cuerpo de nuestras mujeres se crea
la roca que cargamos por siempre.
Vuelvo a olvidar, el blanco de
mis manos regresa con su
inmortalidad bailando
con el olvido y
mi nombre.
¿Soy?
Tal vez…