El compromiso por Anderson Rodrigues

Despierta a tiempo con una precisión casi quirúrgica a las 5:30 a.m., inmediatamente detiene el espectáculo de su viejo despertador Japy francés de los años 50, tose y escupe algunas veces un moco espeso y oscuro en un recipiente pequeño que está justo al lado de su cama; se toma las dos pastillas que ya lo esperaban en la mesa de noche junto a un vaso de agua, después le da un poco más de vida a su Japy con cinco vueltas más en el sistema de cuerdas. Respira profundamente… Se dirige al baño, se lava la cara, busca nuevas arrugas como de costumbre, con el fin de compararlas con una foto de su época de estudiante que mantiene colgada en el espejo; es una especie de juego ilusorio que le ayuda a entender la brevedad de la vida (mira el espejo, cierra los ojos, abre los ojos, mira la foto, cerrado, abierto, joven… viejo). Después de eso, tira los residuos sólidos y líquidos de su carcasa corporal. Sale del baño, mira el reloj viejo, sabe que algo tiene de diferente ese día y sabe lo que tiene que hacer, siente miedo, siente asco, siente rabia, sonríe porque al fin siente algo.

Respiración profunda… Son las 5:40 a.m., no puede faltar a su cita, y menos en esta fecha que para él es casi profética (6 de agosto); tose, escupe, recorre con su mirada panorámica la pared y se encuentra con sus glorias estáticas y momificadas con vidrio y madera. Las conferencias internacionales, premios, maestría, doctorado en una de las mejores universidades del mundo en Humanidades, pero ya no puede reconocerse a sí mismo en todo eso. Respira… Enciende el televisor, el presentador del programa habla: “hace 65 años, con el lanzamiento de la primera bomba atómica, el mundo entró en la era nuclear”. Camina a la cocina, va por la cafetera que mantiene caliente el líquido de ayer, llena su taza, regalo de su ex amante italiana a quien conoció mientras impartía la conferencia La visión del luto y melancolía en la poética postmoderna, en la Universidad de Chicago. Respira profundamente… Se acuerda de lo bueno que era sentir el aroma sin igual, exactamente escondido entre el pelo y el cuello de ella, saliva al recordar el sabor de su sexo en la lengua, el calor, el abrazo fuerte que impedía la entrada de aire en los pulmones, la respiración profunda y rápida en el oído al permanecer dentro de ella, mientras una gozosa muerte venía al encuentro de ambos. Él sonríe al sentir que algunas partes de su cuerpo aún están vivas y trabajando. Por un rato ve a los fantasmas de los dos niños que posiblemente habrían tenido, corriendo y jugando alrededor de la casa. Despierta… Regresa a la habitación con su café en una mano, mira el reloj (5:57 a.m.) y lo coge con la otra y los lleva a su balcón, los pone encima de una pequeña mesa y regresa a la habitación. Se va a la cama y con esfuerzo se pone en cuclillas, tiene un ataque de tos, siente sus pulmones quemándose, escupe una mezcla de moco y sangre viva, toma una vieja caja negra que está debajo de la cama y la lleva también hacia el balcón. Respira profundo… Su balcón tiene una vista directa a un antiguo y deshabilitado ferrocarril para el embarque y desembarque de pasajeros, pero la línea ferroviaria aún sirve para el trabajo de un viejo tren de carga que pasa por allí todos los días, siempre a la misma hora. La imagen de la vieja estación es un poco macabra, una especie de estación fantasma, puede ser por la densa niebla de la mañana o por su imaginación exagerada. No importa. Respira… Toma un poco de café, mira el reloj, 6 horas en punto, abre la vieja caja negra, saca del interior un cigarrillo, enciende, da una fumada, tos, saca algunos papeles, examina uno de ellos durante unos cuatro minutos, se permite que una o dos lágrimas caigan al leerlo, sonríe por tercera vez en media hora, cree que esto es una señal o un milagro. Son las 6:06 a.m. Mira la ropa que lleva puesta, no le gusta mucho. Nota pequeños agujeros en la camisa y piensa que es culpa de las polillas. Después reconoce que nunca en la vida había visto una polilla. Por algunos segundos, reflexiona y llega a la conclusión de que las polillas son como miembros del Congreso Nacional. Tú nunca los ves, sin embargo, ahí están trabajando en silencio y, cuando menos lo esperas, ya han devorado todo que es tuyo. Se ríe, tose fuerte, escupe, se alegra de tener todavía un poco de humor, es sorprendido por esto; sí, es una señal. Respira profundamente… Observa que la antigua estación todavía tiene las farolas encendidas, el sol está saliendo. Con los ojos sigue el trazo de la línea ferroviaria a través de la niebla, ahí va, sigue siempre recto a través del paisaje semiárido, en una especie de espejismo que  parece terminar en un abismo delirante de niebla intensa, y se pierde en un horizonte lleno de montañas. Algo que a él le parece surrealista. ¿Será surrealista? Tampoco importa. Hoy no. Retira otro papel de la caja, mira el reloj, 6:12 a.m., saca cuatro o cinco pastillas de la misma caja negra, el tren llegará en 3 minutos, toma las pastillas con el café, da un último trago, empieza a revisar el papel y lee una frase que dice:

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos. Borges.

Reflexiona un instante y escribe su propia frase:

Y ahora lo que "vemos", es la pulverización de un pasado bien mal inventado, la fragmentación de un presente bien mal planeado y sólo nos resta esta sobria locura de una posible imaginación futura. Noterb Silva.

Le gusta.

Son las 6:16 a.m. El tren está llegando con su precisión casi quirúrgica. Dobla el papel, lo pone en un sobre; su visión está un poco opaca, lacra el sobre, lo pone encima de la mesa y la taza de café encima del sobre. A las 9 a.m. llegará la empleada. Tos fuerte, el tren pasa por la estación con su ritmo bien lento y su ruido peculiar, así como su corazón. Enciende otro cigarrillo con las fuerzas que le quedan y con su mirada embarca junto al tren en dirección al horizonte, siempre en línea recta. Cruzando el suelo semiárido él se va, otra fumada profunda, se dirige hacia las montañas. Expulsa una nube de humo denso, pasa a través de la densa niebla, cada vez más lento, espejismos borrosos, lento, arroja humo, niebla, horizonte, montañas… ahí va, hasta que se pierde en su delirante abismo, hasta disolverse como una de las múltiples partículas del último hongo de humo.

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