Caminamos como crecen las plantas por Joan Carel

Fotografía: Carlos Alvar

Como la poesía, a veces resulta difícil comprender la danza contemporánea. Sin embargo, contemplarla constituye una experiencia deleitosa casi siempre, por ejemplo, Caminamos, miramos y nos paramos, obra presentada por Mujer Dance Company, agrupación coreana dirigida por Yenon-soo Seo.

En la oscuridad del escenario, un hombre vestido de negro, con un blazer que lo distingue, aparece cargando una escalera metálica, la cual posiciona al centro para subir a ella y activar el sonido de una campana que cuelga. Los bailarines comienzan a integrarse uno a uno, vestidos todos de negro y con una especie de calcetines blancos. Sus pies se deslizan con un peculiar movimiento que los mantiene siempre conectados al suelo, acompasados por una música en distintos tonalidades de la misma percusión metálica.

El desplazamiento, en un principio lentísimo, va cobrando velocidad y es uniforme hasta que cada individuo se singulariza con un paso específico. Poco después, alineados todos, el hombre del saco los riega. Eso hace suponer que la parte blanca de sus cuerpos es una especie de raíz; la contorsión del tren superior y las extremidades dan la idea de un crecimiento vegetal que se focaliza en una solista, a la cual el hombre reacomoda y guía, tal como se encausa la dirección del tronco y las ramas de un árbol.

Al frente del escenario, una serie de campanas suspendidas enmarca la danza de una mujer enfundada por telas doradas suaves. Parece ser una representación femenina de la fertilidad, pues momentos después se acerca al conjunto de bailarines y los toca como si les diera vida. Acto seguido, cada uno sostiene una campana y luego apoyan sus espaldas contra el suelo, manteniendo la planta de los pies elevadas y perpendiculares a la base. El hombre sigue sembrando, luego cosecha y admira las hojas y los tallos.

La música posee tanta armonía y suavidad que genera somnolencia por un momento. Al revisar posteriormente la presentación en video, es sorprendente notar los detalles alcanzados por el lente de la cámara en la expresión y precisión de los movimientos, cosa que desde un recinto tan grande a veces no es posible, mucho menos cuando la capacidad visual ya presenta desafíos y fallas. No obstante, la energía sensorial del espectáculo en vivo no se compara.

En un cuadro vacío, se insertan nuevos personajes vestidos con un pantalón por encima de los tobillos y una gabardina, ambos de color negro. Su paso es en colectivo y presuroso; se desplazan con rapidez creando figuras, avanzando y retrocediendo. Inesperadamente, gritan al borde del escenario y salen de la duela.

Solo una mujer se mantiene al centro, ya sin la prenda superior, sobre la que cae una lluvia de partículas verdosas, pesadas y al mismo tiempo volátiles. El resto del cuerpo de baile se suma a ella y destaca la tranquilidad, delicadeza y rapidez de sus movimientos. Uno a uno y a veces todos simultáneamente juegan en la montaña de aquella materia y crean atractivas figuras cuando arrojan puñados sobre ellos.

Fotografía: Carlos Alvar

La danza transmite una vitalidad absoluta. De nuevo en fila, en la primera sección del escenario, sus brazos dibujan gráciles ondas, como semillas a punto de germinar, capullos de flores en el momento previo a emerger.

Mientras los bailarines expresan un dinamismo imparable con las líneas de sus extremidades, el primer hombre, en la cima de la escalera, reaviva su danza al otorgarles más porciones de aquella colorida materia y el efecto visual, más allá del significado, fascina por su lirismo a quienes contemplan, igualmente al protagonista, feliz con los frutos de su trabajo.

La característica principal de esta compañía es mostrar la evolución de la danza tradicional coreana añadiendo elementos de la modernidad, sobre todo efectos visuales. A partir del sentido metafórico, el crecimiento de las plantas representa también el desarrollo humano; la escalera, entre el verdor y en cuya cúspide se encuentra la bailarina solista, podría ser una semilla convertida en un enorme árbol.

Fotografía: Carlos Alvar

Algo novedoso para los asistentes asiduos a eventos de danza fue la cálida despedida de cada integrante, pues en lugar de avanzar juntos y hacer una reverencia en correspondencia a los aplausos, uno a uno ejecutaron sus mejores pasos, o los más propios; luego, en colectivo, prolongaron la bella estampa de su armónico movimiento y las partículas cayendo sobre sus cuerpos en un eterno baile.

Caminamos, miramos y nos paramos
Mujer Dance Company

19 y 20 de octubre de 2024
Auditorio del Estado

Historia Anterior

Viaje a los mitos de Japón por Rebeca Lsp

Siguiente Historia

Sin plumas, sin río, sin nada por Joan Carel