Hace meses, un domingo estuve aquí, es el único que recuerdo bien porque no estuve tan borroso como acostumbro los domingos. ¿Recuerdan la canción final de El Festival de Porky? Es un asunto trascendente para esto que cuento, créanme, y tiene qué ver con la vida, la trascendencia y el amor, es profundamente necesario tenerla en mente.
El asunto es que cuando dieron las tres de la tarde yo había consumido ya una media botella de Orendain, un fino licor que allá afuera cuesta por litro lo que aquí dos copas, pero yo no vengo a ahorrar, vengo a hacer arder mi cosmos y eso cuesta, supura, muele y muchas veces cercena. ¿En qué estaba? Oh, sí. Porky.
A las tres de la tarde estaban cerrando, como todos los domingos. Habíamos unos ocho sujetos, todos igual de mordidos por la vida, o quizá sólo por el fin de semana, a veces es difícil distinguir entre bestias de la misma especie, y todos estábamos siendo corridos del recinto, algo que es a esas horas lo mismo indignante que, en el fondo, reconfortante, pero que en el instante nadie lo toma como lo que es: un privilegio. Cada quien se metió las tripas del alma como pudo para poder pararse y retirarse abrazándose la panza, apurando el último trago, algunos lamentables borrachos pidieron la última para ingerirla con una grosera velocidad. Yo pedí dos. Por fin el ritual marcó a los meseros el “nos vemos mañana” amablemente de mesa en mesa, aunque no pasó de la primera, aquí siempre viene gente de razón; todavía no recuerdo quién de todos comenzó a cantar: “Lástima que terminó…” seguido de un coro de niños en cuerpo de bodrio: “¡el festival de hoy, pronto volveremos con más diversiones!…”
Para la última palabra de este himno todos estábamos afuera, con los ojos llenos de un sol blanco que chocaba con el tequilazo navegando en el paladar –como dos espejos de frente, diciéndose el infinito–, todos riendo, sin darnos cuenta dispersándonos por diferentes banquetas como semillas de un diente de león, con una sonrisa como de santo en mal tiempo, como de diablo flojo, y la puerta se había cerrado, nadie la vio cerrarse, solo la escuchamos, era mejor no voltear, nos sentíamos esperma de nuevo y voltear hubiera matado la sensación colectiva. Ya sé que les tengo que decir lo que esto tiene qué ver con la vida, la trascendencia y el amor, y precisamente por eso vine otra vez, al rato les digo cómo estuvo el asunto. No vayan a pensar que es un pretexto para beber. P.D. Porky, Porky, nuestro Rey, te esperamos con afán.