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Encuentro con un cielo comprado | G_lfa

Encuentro con un cielo comprado por Yair Hernández Cárdenas

I

Fue en un hotel. Bueno, era el único lugar donde podía haber sido; su anuncio lo aclaraba de antemano: no voy a domicilio. Entonces nos citamos en un hotel. Después de tres meses siguiéndola en redes, me decidí y le mandé un mensaje por teléfono para agendar el encuentro. Me respondió con amabilidad para pedirme el día y la hora. Le dije que siguiente lunes a las 7 de la tarde. Me dijo que ese día le tocaba la zona de Patriotismo y me dio a escoger entre 3 hoteles. Elegí el único que en las fotos no rebozaba de ese neón tipo centro nocturno. Fue rápido; pensé que íbamos a tardar más en quedar.

II

La encontré en Twitter. Un mañana estaba haciendo lo de costumbre – revisando noticias, leyendo peleas infames entre políticos, abriendo hilos eternos sobre el tema en boga – cuando apareció su foto: piel cobriza, cabello negrísimo y lacio, senos no voluptuosos pero bien redondeados, un tatuaje de mariposa en la cadera, la boca pintada de carmesí y una mirada que me recordó a Mia Wallace durante su baile en el restaurante cincuentero.

Qué exquisita, pensé, y de inmediato la seguí. Revisé todas sus imágenes previas: ligueros rojos, más carmesí, bralettes negros, una paleta succionada y más detalles que aumentaron mi deseo.

Mi deseo: poner la punta de mi lengua sobre sus pezones, tocar suavemente las curvaturas de su cintura, mirarla quitarse una falda muy corta… fueron tantas las ideas que se acrecentaron durante las semanas siguientes. Varias noches me masturbé pensando en ella.

III

El día del encuentro salí temprano de la oficina. Quería estar una hora antes en el sitio para pedir algo de beber – un buen ron siempre hace que fluya mejor mi espíritu lascivo- y darme un baño.

Cuando concertamos la cita, ella exigió que media hora antes le mandará una foto desde la habitación para confirmar, por eso al entrar al cuarto fue lo primero que hice: me tomé una selfie y se la envié. Cinco minutos después me dijo que iba con diez minutos de retraso pero que me daría una reposición de tiempo, que no podía esperar para conocerme y que pensará en algún personaje o situación que se me antojara hacer.

¿Un personaje? Pensé en Sailor Moon, la caricatura que durante mi infancia hizo que varias veces metiera mis manos entre mi ropa interior. Pero deseché la idea porque sentí que ella, que se promocionaba con 20 años, generación Z, seguramente adicta a la fugacidad de estos tiempos, poco podría saber sobre Serena y su Cristal de Plata.

IV

No me sentí mal por Marina. A pesar de los 5 años de relación, de esa lista que tachábamos constantemente con los nombres de los pueblos mágicos del país, del perro que criábamos y de la buena relación que ella tenía con mis padres, no sentí remordimiento mientras quedaba sexualmente con alguien más.

Tampoco cuando entré a la habitación, ni cuando mandé la foto, ni mientras me duchaba… ni en la espera, me sentí mal. Era una sensación rara; no pensé en arrepentirme ni apelé a la moralidad, lo único que sentí fue la emoción por hacer algo fuera de lo cotidiano.  Lo único que quería era ver a esa que le iba a pagar por quitarse la ropa lentamente.

V

Mientras estaba secándome, tocaron la puerta. Me dirigí con nervios hacía la entrada y antes de dar vuelta a la manija, pregunté “Quién”. Me respondió una voz dulce pero no melosa: “Soy Shar, perdona la tardanza pero ya estoy aquí para hacerte disfrutar”.

¿Hacerme disfrutar? Quiero que apeles a mi locura, pensé. Abrí la puerta y sentí una descarga de euforia.

VI

Fue bella y ruda. Fue complaciente e imperante. Fue salvaje y delicada. Fue rasguños y besos. Fue sudor y saliva. Fue groserías e invocaciones religiosas.

Fue mejor que todo lo que había pensado.

Fueron dos horas en un cielo comprado al que, tras más de una tercia de orgasmos, le confesé que quería volver a ver. Fue la respuesta de ese cielo dándome su número personal porque me dijo que era raro que alguien como yo solicitará su servicio, pero que desde cuando quería algo así y que yo también le cumplí una fantasía.

Fue quedar para vernos dentro de 15 días pero ahora por el rumbo de Avenida Revolución. Fue acordar que me iba a cobrar media tarifa porque también le gusté mucho. Fue una despedida con un beso que me volvió a excitar. Fue tocarle el clítoris antes de que saliera de la habitación.

Y fue su última pregunta: “¿Cómo te llamas?”. Y mi última respuesta: Romina.

 

 

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