A través de mis grietas Emmanuel León

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A través de mis grietas veo la vida y ella a mí. Al igual que una madre compasiva me sonríe mientras los rayos de su luz atraviesan las rejillas y con estos me acaricia como secando mi llanto, como peinando mis miedos, dejándome ver el reflejo de la valía que había perdido hace tanto.

Y yo, de este lado de mis adentros, estiro mi brazo hacia el frente, cubriéndome los destellos que mi vista golpean, como el prisionero que ha estado en claustro, solitario, enajenado, que sale por primera vez y la luz lo ciega. Desde fuera me contemplan temeroso, retraído, nervioso, como si fuese un ratoncillo acorralado reaccionando con un salto ante el sonido.

A través de mis grietas se asoma un niño y corre, canta, baila, se tropieza, se levanta. Salta de adentro hacia afuera y regresa y me mira y me analiza y la curiosidad lo domina y se acerca y se aleja, sonriendo pero temiendo. Me reconoce, me reconozco, estoy yo en el centro de sus pupilas. Ese rostro era mío y mi rostro será suyo.

Me tira pinchazos y reclama por lo que he obtenido. «No quería eso» -me recrimina- y golpea las paredes y las grietas se aperturan y los muros se desmoronan y los huecos se expanden. Él sale y no regresa. Me invita con su mano desde fuera: «No temas» -me dice con voz serena.

Está ahí, esperando. La vida se acerca y lo abraza por el hombro, ambos se miran uno al otro, sonríen y me miran y me llaman nuevamente.

Mis piernas se mueven, mi cuerpo se inclina hacia el frente, pero duele, entumecido por la inmovilidad lucha por retomar la fuerza para avanzar. Mi alma se estremece con cada movimiento, al igual que un edificio en pleno terremoto. Mi mente ordena el cese pero el cuerpo no se detiene, avanza y me lleva hasta la entrada, a la grieta mayor.

La luz me baña y la vida me cubre y el niño me abraza y siento su calor y su energía, me siento vivo. Y mi cuerpo erguido, mirada al cielo, extiendo mis brazos hacia los lados y siento el suave soplo del viento.

Luego despierto y un sentimiento me domina: nostalgia con sabor a melancolía.

Ha sido un sueño.

Me descubro en un rincón, recostado en posición fetal, temblando de frío -o de miedo- observando los pequeños rayos de la luz que se cuela a través de las grietas de esta cárcel siniestra.

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