Si la guerra, el racismo, la contaminación o, tal vez, cosas más simples causan en ti depresión o ansiedad, has llegado al lugar correcto, a El ministerio de los sentimientos no resueltos donde, con no más que un baúl-puerta, una tela-pared en tonos sombríos y decadentes, un escritorio y una tenue lámpara, se brinda terapia a través de la música y la danza para desahogar la “necesidad de los sentimientos”, la urgencia por expresarse.
Los terapeutas son cinco trabajadores sociales —cuyas batas grises y esquema de trabajo refieren a las investigaciones psicológicas europeas de principios del siglo XX— capaces de solucionar conflictos que ninguna otra agencia ha logrado. Su líder, hombre en la mediana edad portador de un modesto traje y único habilitado para emplear el escritorio y sus enseres de registro, dirige la labor bajo el lema “los buenos terapeutas entienden cómo se sienten los clientes” y, conforme transcurren las sesiones, se descubre él mismo como verdadero protagonista de esta pieza dancística de teatro del absurdo.
El ministerio abre sus puertas y recibe a una mujer que llora la pérdida de una amiga por malentendidos comunes en la convivencia; luego a una colegiada en conflicto por un prohibido amor. Al compás de los tristísimos versos en francés de “Ne me quitte pas”, la catarsis ocurre en la danza con una delicadeza tan profunda como la pasión trágica generada por su velocísima y precisa ejecución. Sin embargo, para algunos no hay cura más que la muerte y para otros, como algún esquizofrénico que disfruta cortando dedos, nada hay en este pequeño espacio por hacer.
Varios pacientes van solo a desahogarse y divertirse, como un aficionado del rock pesado o una bailarina de danza árabe; para esos también hay cabida entre tantos otros casos llenos de peculiaridades; en ocasiones, el juego de roles es indispensable. El terapeuta toma nota con rigurosidad, observa y, ocasionalmente, se olvida de su papel objetivo reflejándose y chocando abruptamente ante sus propios demonios e inseguridades; a veces se desborda en la danza de los otros, se adueña de ella frenético mientras la voz en off señala: “una madre dominante es la fuente de su miseria; no sabe lo que le gusta a él”.
Una boxeadora aparece después con el cuerpo sin fuerza, cual títere, rendida, aniquilada. El terapeuta se cuestiona la razón axiológica de dicha batalla, ¿por qué luchar si sabe que perderá de nuevo como el día anterior? Quizá ganar es luchar sabiéndose el perdedor, así como él, cuyos esfuerzos y estudios apuntan al deseo de llegar a ser un día, un día… inspector.
“Limpiar despeja la mente y tranquiliza el alma” es la justificación de las tareas domésticas que realiza mientras reflexiona en cuanto a la posibilidad de hacer otra cosa, ser otra persona, “poder lavarse la cabeza también”. Entonces arriba un paciente con la firme convicción de construir su identidad y ocurre, al centro de la escena, una escandalosa cirugía de cambio de sexo entre más ideas agolpándose en su mente: cortar, añadir, decidir quién ser.
Una verdad es clara: «nunca se está solo con los propios pensamientos, hay gente que piensa y siente igual en todo el mundo», y este investigador analítico no es más que un ser humano atrapado con sus propios miedos primitivos, al tiempo que los ve tomar forma en el cuerpo, el movimiento y las palabras de los otros. Este jefe de estudio, tan solemne y atento, es un acosador que espía entre los cerrojos a sus colaboradoras desnudas, un prepotente jefe que abusa de su autoridad so pretextos de una lógica risible y burda. Pero la paciencia del sometido tiene un límite y estalla: su grupo y el inspector a cargo lo envenenan sin secreto mediante su taza matinal de café. Para la representación de la muerte, basta cerrar tras de sí la puerta abandonando su claustro vital. Luego, todo se torna en una festiva y extraordinaria coreografía de liberación. Fin del informe: el escritorio directivo lo ocupa una mujer.
Jo Strømgren Kompani, de Noruega, logra justamente lo que la crítica ha señalado en cuanto a las obras de su coreógrafo (Jo Strømgren): generar la risa más auténtica y la conmoción más solemne en sólo segundos, ya sea con intrépidos cambios de escena o de manera simultánea en un breve momento. Con escasos recursos escenográficos y poca utilería precisa, al igual que el manejo de las luces, la disposición espacial y la elección del sonido, la puesta en escena resulta extraordinaria, especialmente por el excelente trabajo de sus bailarines-actores, el dinámico, llamativo y propositivo montaje y, por supuesto, el guion, donde se configura una narrativa absurdamente coherente que activa la atención del espectador para inferir el nudo, las referencias y los simbolismos sin que el reto fatigue, sino que lo motiva a través de su discurso satírico, lleno de clímax y sorpresas.
La gente en otras latitudes ha aclamado esta obra y, definitivamente, esto fue lo mejor que ocurrió al interior de los teatros en el 51 Festival Internacional Cervantino, sin olvidar incluir una lección indispensable para el caos individual y colectivo del presente: “Si usted tiene un sentimiento no resuelto, no trate de resolverlo por usted mismo, ningún problema es pequeño y hay un sitio en la fila para todos”.
El ministerio de los sentimientos no resueltos
Jo Strømgren Kompani
27 y 28 de octubre de 2023
Teatro Cervantes
Fotografías: Mayra Mope (cortesía FIC)