Aguja en la manzana por Miguel Bustamante

Me encontré en una vieja vagoneta, bajo la lluvia de un día grisáceo y azulado. De nuevo, como no estando acostumbrado, una sonrisa de cereza y cabeza de nube se subió al asiento de al lado, como sí conociendo el plató. Efusiva, abrió un par de cerezas y se convirtieron en chiles rojos que dejaron salir a una anguila acusadora. Se metió en mi boca y no pude decir ni ‘hola’. Comenzaron a bailar como conocidas entre ellas, pero irreconocibles para mí. Deliciosas serpientes de agua. Yo apenas poseo un par de cascaras de pistaches duros, salados y de mal gusto. Pero el baile comenzó a agarrar ritmo al son de la canción del mañana. Mi mano hipnotizada acarició sus prominentes duraznos, se trató de sus cachetes, no vaya a decir la gente. Por supuesto que la gran mujer sí tuvo la oportunidad de saludar: Hola… Así, sin más que eso. Los planes del día comenzaron a correr como el agua del cielo al suelo. No consumamos ninguno porque nos dedicamos a devorarnos. De eso no hablaré. Bastante mal le hecho como para encima compartir su hermoso lecho. Acordamos asistir a la fiesta de una vieja y desmadrosa vividora. Se convirtió en eso por el hechizo de un puberto. Jugaríamos, beberíamos y nos desvestiríamos. Seguí añorando la especial fecha, pero nomás que no llega. Recordé que de todo tenía el control. Me dediqué a maquinar y planear como si para tal inteligencia tuviera lugar. Rompí y pise lo más valioso que en mi vida llegaré a ver. Un tremendo golpe me hizo notar la presencia de una coqueta. Me pidió alimento como ordenando, no solicitando. Eso me encontró en un sucio colchón producto de mi adicción. Encendí mi celular, esperando un mensaje de la graciosa boca. No bien lo hice, constaté que una enorme aguja perforaba mi garganta, era mi manzana.

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