Barbería Unisex: Elogio a lo patético por Mario Frausto

Haruki Murakami no es uno de mis autores favoritos, sin embargo, agradezco haber leído un par de sus libros en el momento culminante en que comencé con mi autoexploración y liberación. Sus historias me parecen repetitivas, pero tienen algo que me hizo sentirme identificado: sus personajes que oscilan entre sujetos irruptores y seres patéticos.

En la época en que me topé con sus libros, no podía evitar identificarme con esos personajes tímidos y contenidos que suele plantear como protagonistas de sus novelas. A veces, me sentía otro producto de su imaginación; otro chico con aspiraciones de escritor que vagaba de forma automática, viendo cómo sus ideas de liberación eran un anhelo nunca consumado.

En una de sus novelas, Murakami plantea un personaje femenino que se dedica a los asesinatos. Esa mujer, además de mostrarse como un ser fuerte y decidido ante circunstancias que califica como injustas, es también un personaje con una gran carga de liberación sexual que, a mí o, más bien, a ese joven de hace tres años que contenía sus emociones, le resultaba una fuente de inspiración que comenzaba a darle el valor necesario para destapar la coraza que lo mantenía preso.

El momento en que la inspiración comenzó a transformase en acciones, fue cuando leí un capítulo donde la mujer animaba a otra a conquistar a un par de hombres en un bar al que ellas asistían. El pasaje terminaba con las dos mujeres en la habitación de un motel haciendo un cuarteto con ambos hombres.

Para mí, lo más impresionante era la forma en que el narrador explicaba cómo la mujer logró seducirlos y, a su vez, conseguirle tal experiencia a su amiga. El factor residía en la mirada, en ver fijamente a la persona que quieres conseguir y, una vez enganchado ese instante, acercarse para ir directo al grano de lo que se quiere. En el caso de estas mujeres: sexo.

En un inicio, el método de la protagonista me resultaba utópico. No creía en que eso pudiera conseguirse con tanta facilidad. Para mí era una de las tantas invenciones que la literatura nos otorga; otra ilusión idílica que permanecía en el nivel de la ficción.

Claramente, hablaba mi inexperiencia y, sobre todo, mi frustración personal. Algunas semanas después de haber terminado el libro me encontré en una situación donde experimenté, por primera vez, ese instante de ojos que se encuentran: estaba en una parada de camión, en otro país y era casi media noche. Aún había algunas personas aguardando por el transporte, pero, poco a poco, la mayoría se fue yendo hasta el momento en que quedamos unos cuantos. Entre ellos un chico y yo.

Él volteaba a verme y, la verdad, en un inicio sentí algo de miedo. Sabía que aquella ciudad era peligrosa de noche y, por lo tanto, que una persona desconocida te viera fijamente desde una banca que permanecía oscura, no era el escenario más indicado para sentirte atraído por alguien. Sin embargo, todo cambió en un momento en que, ante la luz de uno de los camiones, pude sentir la transparencia de sus ojos, en sí, la intención clara que buscaban en un diálogo con los míos.

En ese momento, recordé a la mujer de Murakami. Sus palabras sobre tomar la iniciativa y valerse de ese tipo de oportunidades. La duda era un cuchillo en mi interior. Pero, al final, por la inercia de unos ojos en que se leía el anhelo de encontrarse con otros, me levanté e hice posible mi oportunidad con aquel chico.

Al verme, se quedó pasmado y luego se levantó. Me dijo que si podía besarme. Volví a sentir miedo, pero cuando lo noté ya estábamos en otro instante: el de labios que se encuentran sin reparar en lo que ocurre a su alrededor. Me dijo que tenía que irse, pero no podía dejarlo ir, no así, no después de haber entendido que las palabras de Haruki Murakami eran más ciertas que todas las imposibilidades fraguadas por mi cabeza.

Al final de la noche, estábamos en un motel. Fue la primera vez que estuve en uno con otro hombre. Debo admitir que el miedo regresó cuando lo vi desnudo: él era más fornido que yo, y eso me abrumaba. Siempre había tenido problemas con la aceptación de mi cuerpo, pero en ese momento decidí no darle importancia.

Ya en la cama, no pude evitar pensar en otro pasaje de una novela de Murakami: un joven hacía un viaje por Japón después de haberse graduado de la preparatoria. En una de sus paradas se topa con una mujer madura que lo seduce y lo lleva a un hotel. El joven no tenía ninguna experiencia sexual, lo cual lo hacía sentir inseguro ante el momento en que compartieron sus cuerpos. La escena es una mezcla entre ternura, sorpresa y algo de risa. Lo último porque, después de tener sexo, el chico no puede dormir por la angustia que sentía al considerar que no logró satisfacer a la mujer.

A la mañana siguiente, él le cuenta a ella que esa fue su primera vez y que se sentía avergonzado, que lamentaba si no había cubierto las expectativas que ella tenía sobre él. La mujer le explica algo que, le enfatiza, debe tener siempre en mente: a veces no se trata de tener al más grande experto en algo, sino a alguien que halle el punto preciso y permita que la situación llegue a niveles inesperados.

Esas palabras, según nos cuenta el narrador, son un factor determinante para la vida de ese joven. En ese momento en que me conecté con ese pasaje, decidí no acobardarme, sino luchar por encontrar ese punto preciso que la mujer decía.

Ese encuentro con el chico de la parada no fue el mejor. Pero sí uno de los más significativos de mi vida. Me permitió entender que el cuerpo es una zona distinta en cada persona, que lo que puede ser ese punto preciso en alguien, puedo no serlo en otro.

También, me enseñó que gran parte de las relaciones humanas no es lo sorprendente que puedas ser para los demás, sino la manera en que dialogas con el miedo y las inseguridades de otro, al grado de permitir que fluya una charla que empieza en la mirada, y termina en los cuerpos. 

Otra enseñanza, fue que, a veces, la ficción llega en el punto necesario para hacernos ver que podemos hacerla realidad. Y que, sobre todo, puede ser un detonante que nos permita destruir, brevemente, nuestros propios límites.

Por último, que, así como lo maneja Haruki Murakami, todos somos patéticos, pero dentro de esa finitud e imposibilidad siempre habita un anhelo que llevamos en el filo de los ojos. No importa que sea un encuentro casual. No importa que sólo se busque el placer rápidamente. En un instante en que las miradas y los cuerpos se encuentran, aunque seguimos siendo patéticos, somos más que solo soledad.  

    

 

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