Por la tarde salí de mi casa acompañada de mi bicicleta. Mientras pedaleaba por la ciclovía, me acosaron unas cuantas miradas de hombres y unos cuantos automovilistas me señalaron. Siempre hago caso omiso. Algunas veces no me contengo y les grito cualquier grosería.
Ahora estoy sentada en una banca del parque que suelo frecuentar. Lo que está frente a mis ojos es un arroyo que huele horrible, a unos cuantos metros una pareja, abrazados y tirados en el pasto. Puedo ver a unos cuantos jóvenes haciendo ejercicios que parecen forzosos.
A lo lejos escucho cumbias, la melodía perfecta para el grupo de señoras que practican zumba.
Estoy rodeada de árboles, arbustos y palmas. El aire se siente fresco. Contemplo el cielo, adornado de nubes de colores cálidos. Disfruto tanto de los atardeceres que si no fuera por las cumbias del zumba y el ruido de los autos, este parque tuviera un ambiente más relajado, pero de cualquier manera, siempre es bueno estar aquí.