Collectif Porte 27
Caída
Plaza de San Roque
21 de octubre
“Este es el combate del hombre contra la gravedad, de la vida desde hace 4,500 millones de años”, explica un joven rubio descalzo, con pantalones de mezclilla y camisa de algodón, al mismo tiempo que su compañero se sostiene sólo con la cabeza sobre un baúl. “Vertical y hacia abajo, hasta el suelo”.
Mientras experimentan tirándose y dejándose caer desde distintas alturas, ambos reflexionan: “¿Has sentido el dolor simultáneo al sonido del impacto? (¡Pam!) Parece que están ligados. (¡Pam!) El sonido es el mismo. (¡Pam!) Pero el dolor aumenta o disminuye de acuerdo a la distancia. (¡Pam!) Eso se nota en el espasmo facial. (¡Pam!) Pon atención al momento entre la pérdida de apoyo y el golpe. (¡Pam!) En ese instante me parece estar cayendo interminablemente… (¡Pam!) El suelo no es el componente fundamental de la caída”.
“¡Vertical hacia arriba!”. El joven se para sobre los hombros del otro. “Siento la caída aun apoyado en ti”. Ambos se sientan, uno en un asiento y el primero desde los hombros. “Siento que vivo tu caída sobre mí aun en la inmovilidad. Es el suelo el que se está moviendo. El suelo es un espacio misterioso”.
Con ayuda de un cojín, los hombres continúan su experimento gravitacional y caen, caen, caen ininterrumpidamente hacia todas las direcciones. Intercalan explicaciones físicas y fisiológicas sobre la masa y el peso, sobre el cuerpo masivo y la atracción, hasta llegar a un concepto tan sorprendente como la gravedad, la resistencia, y también experimentan con ella, con su ausencia que los vuelve guiñapos infinitamente manipulables. “La resistencia nos permite estar en pie. Cuando esa fuerza se combina con la de gravedad, la caída se transforma en baile, en acrobacia. La caída es producto de accidentes gravitacionales. ¿Cómo transformar el accidente en una bella caída? La coreografía es un accidente provocado. ¿Cómo reproducir la sensación que causa en mí la gravedad? A través de la reacción”.
Los hombres caen, caen, caen, juegan con la caída, se anticipan a ella, dominan el arte de la reacción y la gente alrededor de su laboratorio callejero (una superficie llana) se impresiona. Con ojo de científico los espectadores analizan en la práctica las hipótesis expuestas (la gravedad, la resistencia, la verticalidad, los ángulos, los sentidos), pero los cuerpos cautivan porque se muestran no como masa atraída, sino como agentes autónomos.
“Las leyes de la física son reales, pero todavía hay una incógnita sin respuesta. Si todo cae, ¿por qué es posible la desviación, esa que permite que los cuerpos se unan para crear vida?”. Todo ser vivo se mueve, esa es una cualidad primordial, pero el concepto de atracción evoca otro rasgo también vital: la reproducción. Risas, caída, risas, caída y más caída.
“¿Cómo seguir soñando con el vuelo sabiendo que estamos atraídos hacia abajo?”, preguntan los hombres. Algunos pretenciosos asistentes responden haciendo gala de sus vastos conocimientos, de su dominio del francés y de su egocéntrica verborrea, pero pronto se hace evidente que la disertación y experimentación a lo largo de una hora no se trataba solamente de física. ¿Cómo continuar viviendo si sabemos que irremediablemente vamos a morir? Anticipándose a la caída, a la muerte, haciendo de la caída una aliada.
Un escuadrón de niñitos risueños observa asombrado desde las últimas gradas. Vienen de San Felipe sin padres y volverán todavía sin tenerlos, mas recordarán siempre lo que dos alegres y amables hombres –por su valiente esfuerzo al hablar claramente en español– les enseñaron una tarde en Guanajuato sobre la vida y las acrobacias: “Volar es resistir a la caída; la caída permite el vuelo; la caída también levanta”.