En recientes días, en el marco de un foro sobre la industria del cannabis, Vicente Fox sugirió al micrófono que los padres iniciaran a sus hijos en la cultura cannábica (cuya gama de productos es enorme y no necesariamente se trata de psicoactivos) como un complemento educativo frente a las adicciones, un periódico dijo que recomendó que le dieras mota a tus hijos, la derecha y parte de la izquierda se incendiaron y toda la semana lo han hecho perro del mal, agravando las acusaciones de demencia en su contra, muchas de las cuales yo considero sensatas descripciones, fuera de este tema.
Ahora: El mío como el de muchos, en su mejor intento de ser un buen padre, en una fiesta le puso una cerveza enfrente a su hijo en pubertad y les dijo a sus amistades «que se la tome aquí donde yo lo vea, que sepa a qué sabe y qué se siente donde yo lo pueda cuidar, mejor aquí que ve tú a saber dónde”, etcétera.
Yo no tengo hijos, pero fui un hijo de buena casa y con eso en la mano digo que la realidad es que quien piense que sus hijos, debido a una buena crianza, al acercamiento al arte y a la ciencia tal vez, tiene garantizado que nunca se van a encontrar de frente con las así llamadas “drogas” sean del tipo que sean, se engaña, porque el mundo está sí o sí inundado de vicio desde que es mundo. Si un adulto funcional las evita constantemente como un hábito en un concepto de buena vida se borrarán del panorama subjetivo, serán una idea vaga que aparece una vez al año cuando vemos publicidad de gobierno, pero eso no quita que ahí están, en todos lados.
Que cuando los morros se las encuentren digan “sí” o “no”, eso es otro boleto, pero una cosa es segura: sus padres no estarán ahí en ese momento para cuidarlos si es que deciden probar algo que, claro, nunca le dieron a probar en casa. Los tabúes, quiero decir, pueden tener altos costos.
Mi padre no me dio yerba en mi adolescencia, pero ojalá me hubiera dado un toque en lugar de alcohol, porque este sí mata y porque lo otro, a pesar de ser inofensivo, lo tuve que probar en solitario o mejor dicho, acompañado de personas en las que no podía confiar del todo en el mejor de los casos, en la pura y llana clandestinidad y a merced quizá de otros peligros fuertes.
Ofrecer, dar, poner a disposición, desestigmatizar o solamente normalizarle de forma pasiva un producto cannábico a los hijos puede parecer una idea estridentemente insana hasta que nos topamos con que hemos sido hijos que hemos aprendido de la mano de nuestros padres a diferentes edades (y los que tengan hijos seguramente lo han repetido) a automedicarnos, a tomar coca-cola, a comer mal y/o hasta a beber licor sin que se haya reflexionado nunca en un momento previo como un foco rojo en que son claros atentados contra la salud.
Eso. Somos un país nulamente reflexivo sobre lo que ingresa a nuestros cuerpos, y esa es la compuerta de oro de los tabúes y de las enfermedades, fabricada por un modelo educativo fallido; dicho sea de paso, siempre he pensado que mi padre se hubiera ahorrado muchos corajes y un infarto si se hubiera dado un tanque de vez en cuando.
Aparte de las diferencias políticas que yo mantenga con el señor, de que su móvil como siempre sea el dinero y del maniqueo encabezado del AM, concedo que el ex presidente Fox podría tener la razón y destapa con su apunte un “elefante en la habitación” de los hogares latinoamericanos, algo que sistemáticamente negamos por herencia cultural y con base en un aparato crítico insustancial.