CANONICEMOS A LAS PUTAS (A LAS QUE QUIERAN SERLO) Por: Sandra Fernández

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Bride's morning portrait. Bride dressed like a balerina stands before a bright window

Canonicemos a las putas, a las que quieran serlo, mejor dicho, a las que sepan de lo que trata, y que lo hagan por convicción. Sabines enlista un par de nombres, pareciera que sólo le faltan dos o tres que vayan más apegados a la normalidad: Delia, Alma, Minerva… qué sé yo. Nombres que se empalmen con la cotidianeidad de cualquier otro. Como él, otros tantos hacen uso de la palabra, o alguna que otra disciplina para volver inmaculada a la mujer que es, por ellos, considerada una puta. Pero, ¿Qué es entonces ser una puta?

Sabina, por su parte, en su libro biográfico Sabina en carne viva, habla de las putas, que las hay, y que son de oficio. Menciona que ha contratado a una, pero que no se ha atrevido a tocarla, y así la mantiene un par de noches, hasta que ella, cansada de no ser tocada, deja de asistir, aún y cuando la paga exista. Cree él, y lo cree fielmente. Y por otro lado García Márquez nos relata las Memorias de mis putas tristes, en las que una niña es una puta y  hay un hombre enamorado de su desdibujada silueta. Quizá esa normalidad es más allegada a la real, un poco más como esa niña que tiene los rasgos funestos de la Inmaculada de Juan García Ponce,  no una puta accidentada como Justina, ni una con toda la suerte y después la desavenencia como Julieta. Puta, es entonces, cualquiera. Y la literatura, la pintura, la historia, en fin… todo nos recuerda que, somos putas. Porque, además, parece ser que queremos serlo. Queremos ser putas. Alguien me dijo, en alguna ocasión que, puta se le dice a una mujer a la que ya no tienes otra forma de insultarle: no puedes insultarla por su físico, su intelecto, incluso por sus elecciones de vida, así que es más fácil decirle puta. Y alguien más me dijo, que es más sencillo cambiar el pasado de alguien, porque el pasado son solo narrativas fantasmas de lo que fue. Entonces sí. Todas somos putas, en algún momento, de alguna forma.

Vayamos de mano de ese contexto, y centremos nuestra memoria entonces en nuestros pasados. El mío, por ejemplo, cuando asistía a la secundaria y me daba cuenta del mundo que nos ofrecían los adultos de verdad. Para ese entonces tenía un compañero, el cual, para fines prácticos llamaremos Eufrasio. Entonces Eufrasio, de 13 años, igual que yo, era un empresario en potencia. Su padre le había regalado un quemador de discos, y era uno de los pocos con acceso a internet. Así pues, descubrió el maravilloso mundo de la pornografía, que además, era la maravillosa fuente de sus ingresos. Eufrasio comenzó a vender discos con vídeos porno a nuestros compañeros. Pronto elaboró un catálogo de su material disponible, y lo ofrecía entre cada cambio de profesor. El morbo hizo que casi todos adquirieran sus productos. Los menos afortunados debían juntarse con algún grupo para adquirir algún video. Se juntaban de a 3 ó 4 para comprar algún ejemplar, y por la tarde asistían a la casa de quién tuviera un dvd para reproducir el valioso tesoro cortesía de Eufrasio Company. Tristemente, mis compañeras y compañeros, fuimos educados sexualmente por joyitas como Nalgas de campeonato, Garganta profunda, o el video porno de Jenny Rivera.

Hace un tiempo, en una entrevista para El Heraldo, un representante de SexMex aseguraba que, la pornografía no debía ser considerada en ningún momento como parte de la educación sexual de los adolescentes o los niños. A la vez, un sexólogo replicaba con insistencia el hecho, y decía “para eso nos tienen a nosotros”. Sin embargo, es obvio que, viviendo en un lugar como México, las únicas verdades dichas son las dictadas por iniciativas como la de Eufrasio, y toda la ignorancia que yace en nuestra educación. Pero no se entristezcan, no sólo en México es horrible el tema de la pornografía, lo es en casi todo el mundo. Desgraciadamente, no sólo el que ésta exista y esté tan disponible, sino también, la posibilidad de ser parte de la pornografía.

Imaginen que son una niña de una comunidad pequeña, y que fueron educadas por Eufrasio, ya crecieron y todos les dicen lo bonitas que son. Pero qué creen, no hay dinero en casa, y además viven en un contexto de violencia y decadencia. Desgraciadamente sus opciones se van achicando: por un lado, pueden tener un novio que, como Disney nos dijo, pues nos convierta en princesas, por otro lado, pueden dedicarse al talón… pero, espera, si te vas a dedicar al talón, ¿Por qué no grabarte? Digo, si Eufrasio vendía material al que todos podían acceder, ¿Por qué no probar suerte? De todas formas vas coger, probablemente, y seguro que sin cobrar. Además, siempre, en todas las culturas, la puta, la que tiene sexo pues, es la buena, la inalcanzable. La amante, nunca la esposa. Pero eso qué, al final las amantes aman, y las aman, y las esposas, pues eso… esposan. O al menos, eso les han hecho creer siempre.

La pornografía ofrece esta posibilidad de romper la realidad y entrar en otra. Sin embargo, esta otra realidad no deja de ser terrible. Al menos el 40% del material pornográfico al que tenemos acceso fue producido en un ambiente violento, en el que, muchas veces las actrices fueron obligadas, ya fuera por un engaño, una amenaza o bien, por pura necesidad. El hambre es cabrona. Y el hecho de que te prometan mucho dinero a cambio de algo tan fácil como lo es el sexo, desencadena un círculo vicioso en el que el dolor existe. Y la verdad tarde o temprano nos alcanza.

Es cierto, no voy a negarlo, hay muchas historias padrísimas en internet de chicas que son actrices porno y son muy felices, y ricas, y todo eso. Pero seamos realistas: eso aquí no pasa. Y muy probablemente esas historias representen menos del 5% de todo lo que la industria oculta. Imaginen un trabajo en el que hay que someterse constantemente a la toma de anticonceptivos de emergencia, en el que hay que someterse a exámenes médicos constantes, en el que debes exigir a tu cuerpo las limitaciones de hacer tal o cuál acto, porque qué tal que sabes hacer orales, y a la gente le gusta eso de ti, pero ¿Y si tú no quieres? Ese es el costo de vivir en una sociedad que te promete la santidad a través del sacrificio, una que está acostumbrada a decir que, de todas las mujeres, la más amada, incluso a la que más amó Cristo, en este caso María Magdalena, es al final… como todas: una puta.

 

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