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Cartas para Jorge | G_lfa

Cartas para Jorge Por Daniel Gutiérrez Medrano

Podría pensarse que el trece de noviembre de dos mil quince marcó para siempre al mundo como un tatuaje imborrable. París, la Ville Lumiére, se convirtió en la ville sanglante. Todos los periódicos, noticieros y medios en redes sociales relataban la terrible masacre en el Bataclán. -Qué horror-dije- el ser humano es brutalmente cruel. Mi perro me miró esperando que le arrojase un pedazo de tocino.

Nunca había estado en esa ciudad y nunca había tenido algo que ver con ella, hasta este día. Leí dos o tres noticias, y  seguí navegando en redes. Esquivé cincuenta #PrayForParis y más de treinta y cinco fotos con la bandera francesa de fondo.

Al final, encontré lo siguiente:

 150 restos oseos son encontrados en fosa clandestina en el estado de Veracruz; se presume pertenece a los secuestrados del bar “La Isla”.

Sonó el timbre de mi casa. Abrí la puerta. Era un hombre moreno, vestido de negro completamente desaliñado y acalorado con una carta en su mano izquierda. Supongo que era el cartero. El hombre no me miró en ningún momento.

-¿Sí? ¿En qué le puedo ayudar?- pregunté.

– Tengo una carta para usted. Tenga.

Tomé la carta y cerré la puerta. Ya nadie manda cartas.  En mi país el sistema postal está muerto.

-¿Quién carajos utiliza todavía el correo?- me pregunté. La respuesta la obtuve al abrir el sobre. Era del inquilino anterior, o al menos ese creí; o sigo creyendo. Era una carta de amor. Más bien un telegrama. Una mujer desesperada por un hombre.

 

Eugenie Pollencq

Rue du Bac 19

Paris, France

75007

 

Jorge Emilio Castillón-Hernández

Venustiano Carranza 19

Ciudad Caliente, México

202278

12 de marzo de 1964

Te saludo amado amigo, parece que te fuiste ayer. Todavía mon oreiller guarda tu perfume embriagante y el olor a ti. Extraño tu cuerpo junto al mío, tus ojos cafés y  piel de algodón. Tu caballerosidad sin igual. Mon amour, j’attend.  Guardé la última taza de café que dejaste en el robineto, y bebo de ella todos los días para juntar mes lèvres avec les tiens. Mon cher Georges, tu me manques. Mon lit prie pour ta presence.

Cher ami, he guardado todos y cada uno de los momentos que pasamos juntos en una caja junto a mi cama. No te preocupes nunca nadie los verá.

Monique y Clôthilde siguen preguntando por ti. Je leur ai dit que tu étais avec ta femme et tes enfants et que tu reviendras aussitôt le divorce sois commencé.  Son los únicos detalles que puedo dar. Telefonéame cuando puedes

Te extraña

Gina

-No cabe duda que todos decimos pendejadas para coger- reí y tiré la carta y el sobre a la basura. No conocía a ningún Jorge Emiliano Castillón y no me sonaba. La fecha era muy antaña para averiguar quienes eran los protagonistas. Supongo que debían estar muertos ya.

Mi departamento era lo que muchos llaman una “favela” del centro de la ciudad. Un espacio de 45 m2 y ya está. Nada que envidiar ni nada que lamentar. No era ninguna residencia de persona importante.

En la esquina de mi calle está la cantina “La Perla”, donde van la crema y nata del alcoholismo consuetudinario regional; y a dos casas está la tienda “El Pedrón” dónde don Arturo vende -entre jamones y refrescos- la mejor mariguana del Centro.

Bajé a la Farmacia Similares que se encuentra en la entrada de mi edificio. Compré Caolín-Pectina para el estómago. El tocino llevaba más de una semana en el refrigerador y supongo que me sentó mal. Afortunadamente Piero, mi perro, estaba muy bien. Chingando, como siempre.

Me quité la sudadera y la dejé en una de las sillas del minúsculo comedor que tenía pegado a la cocina. Agarré una cuchara de los cajones y me tomé esa plasta color durazno-naranja que sabía como a vómito de borracho. Tomé mi celular y me puse a ver videos en YouTube.

Antes de dormir, debo confesar, tengo la costumbre de fumar un porro  para poder descansar bien. No es desconocido que muchas personas en el edificio consumimos “la verde” para olvidarnos de nuestro hacinamiento voluntario.

Al tercer fume, mi perro comenzó a ladrar. Apagué el cigarro y prendí inmediatamente el ventilador del techo. Alguien estaba detrás de mi puerta. Eran las 10:12 p.m., mi perro no se callaba.

-¿Quién es?- pregunté amablemente.

-El cartero.

Esa respuesta me perturbó. No pensaba abrir la puerta. ¿Qué clase de cartero te visita a las diez de la noche?

-¿Qué se le ofrece maestro? Ya es muy pinche tarde para seguir jalando, ¿no?- contesté molesto.

-Tengo una carta para usted joven- respondió – Si gusta, la paso por debajo de su puerta.

Deslizó un sobre amarillento con una estampilla vieja. Otra vez de Francia.

–¡Puta madre, pero que carajo! – me dije a mi mismo.

Me le quedé viendo como si estuviera completamente enajenado. Piero por fin se calló y se puso a mi lado. Decidí abrir la mentada carta. Utilicé un cuchillo de sierra que había en la mesa, junto a la mermelada de frambuesa. Eran las mismas personas de la carta de la mañana. Me senté en el sofá y leí.

 

 

Eugenie Pollencq

Rue du Bac 19

Paris, France

75007

 

Jorge Emilio Castillón-Hernández

Venustiano Carranza 19

Ciudad Caliente, México

202278

1 de abril de 1965

No he sabido nada de ti Jorge amado. Avril est de retour, primavera sin tu cuerpo sobre el mío ¿dónde has estado amado? ¿no me extrañas?¿no era yo también tu mujer? ¿La première des roses? Tus besos de dulce de tes lèvres mi-closes. Tus dedos sur ma poitrine et  mon sexe.

Te he enviado muchas cartas, telegramas y mensajes pero ninguno has respondido. Jorge amado, regresa a París donde perteneces; junto a mí. El sol calienta la superficie del rio y todos metemos los pies.. Rit au premier beau jour, La terre bien heureuse s’ouvre et s’épanouit ; tout aime, tout jouit. Hélas! j’ai dans le coeur une tristesse affreuse.

¿Cómo va a tener sentido la vida si ya no estás?

Llora por ti

Gina

Tomé mi celular y traduje la carta al español. No entendí nada. Dejé la carta sobre el comedor. Me dirigí al cuarto con Piero y me puse la pijama. Dormir es el placer más grande que existe en el mundo. El único que podemos compartir universalmente. Dormí profundamente. La señora María Juana había apaciguado mis nervios.

Pasaron unas horas y me desperté abruptamente. Piero estaba muy inquieto.

-¿Ahora que? ¿Quieres volver a salir, pinche perro?- increpé a mi inquieto compañero pues no dejaba de ladrar. Escuché un golpe en la puerta; el miedo me tomó preso. Había alguien fuera de mi departamento. Esperé a ver si de casualidad se iba o se iban pero su insistencia  comenzó a molestarme.

-¿Quién es? ¿Qué no ves la hora?

– El cartero – respondió.

– ¡Váyase al carajo! Déjeme dormir.

-Tengo una carta para usted, si gusta, la paso por debajo de su puerta.

-¡Páseme a su pinche madre! Voy a llamar a la policía.

Deslizó la carta por debajo de mi puerta de nuevo. Piero dejó de ladrar y regresó a su cama. Prendí la luz lleno de terror pero al mismo tiempo lleno de curiosidad. Rompí un costado del sobre y saqué otra carta. Era de las mismas personas.

Eugenie Pollencq

Rue du Bac 19

Paris, France

75007

 

Jorge Emilio Castillón-Hernández

Venustiano Carranza 19

Ciudad Caliente, México

202278

29 de octubre de 1966

No volviste. Te busqué en Rue de Longchamp, en Rue de Notre-Dame incluso en Saint-Michel. No estás. Me abandonaste como perro. Moi, je n’aime plus rien  ni l’homme, ni la femme; ni mon corps, ni mon âme.

Estoy muerta por dentro y por fuera ¿qué hice para tener una suerte así? Pero soy afortunada pues en mis manos está mi destino, no en las de Dios. Dieu est mort et moi aussi. Llevo enferma desde tu partida; mal d’amour? Je crois pas.  Mi alma no puede más con esto Jorge ¿Quién eres Jorge? Regresa a mì, Jorge. Estoy sola, no tengo a nadie Jorge.

Hoy me voy Jorge. Jorge, Jorge, Jorge.  Sígue leyéndome Jorge.

À jamais.  La Seine m’attend.

Gina

La piel se me enchinó. Me horroricé y me deshice de las cartas. Les prendí fuego en el balcón.

A la mañana siguiente, googleé el nombre Jorge Emilio Castillón-Hernández y no arrojó ningún resultado que valiera la pena. Pregunté en el barrio y nadie jamás había escuchado ese nombre. Curioso, nadie había recibido ninguna visita del cartero. Nadie escuchó mis enfurecidos gritos en medio de la madrugada ni los castrantes ladridos de mi perro.

Busqué de la misma manera, noticias de octubre del 66 en  periódicos franceses y tampoco encontré nada de la tal Eugènie Poullencq. Lo único que puede localizar fue esta pequeña nota en la sección de policiaca  del periódico Le Monde del 31 de octubre de 1966:

“Mort par noyade: Eugène Laville décedé a ving-sixt ans.”

Piero y yo nos mudamos de ese apartamento la semana siguiente.

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