Cervantino por vez primera por Joan Carel

Fotografía: cortesía prensa FIC

¿Cuáles son las impresiones de aquel que experimenta un Festival Internacional Cervantino por primera vez? Con el renombre que ha adquirido esta fiesta del arte y la cultura a lo largo de más de cuarenta años, ese nuevo espectador seguramente posee una amplia lista de expectativas tanto del ambiente que se respira en las calles (la decoración, la gente, el festejo), como de la logística y la calidad de los eventos.

El interés de un asistente cervantino suele inclinarse hacia un aspecto específico del festival, incluso para muchos llega a convertirse en un pretexto para conocer Guanajuato, sus bares,  gente de diversas procedencias y “vivir intensamente” por una noche o más, lo cual es parte inherente de la experiencia en la capital guanajuatense y, por tanto, también del Cervantino, pero esa no es su esencia íntegra.

Para hablar de la experiencia de un asistente novato quizá convenga ponerse en sus zapatos, ver desde sus ojos y escuchar a través de sus oídos a partir del momento en que ha arribado a la ciudad sede de la cuadragésima cuarta edición del FIC.

Ya sea que se traslade en su propio automóvil, en taxi o en un autobús lleno de estudiantes fastidiados por la aglomeración y el retraso del transporte, el rostro expectante y entusiasmado de un asistente primerizo es inconfundible, pues observa cada detalle y se asombra por pequeñeces que a un residente capitalino llegan a serle indiferentes, por ejemplo, la sensación de volar entre nubes y montañas por la avenida Panorámica y en segundos adentrarse a las profundidades de la tierra por las calles subterráneas.

Como anuncio de la aventura cervantina que espera, el camino se pinta poco a poco de amarillo con líneas rojas y azules dibujando  los molinos a los que se enfrentó un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, y a medida que se prolonga el viaje los montes también se pintan con casitas formadas en confusas líneas que ascienden y descienden cambiando de cuando en cuando su alegre color.

La magia de la historia y pueblo antiguo de pronto es irrumpida por un elemento de la actualidad: “#ViviendoElCervantino” invita un cartel gigante, pero el rostro renacentista del creador del Quijote, con la expresión un tanto loca y también idealista, desde la glorieta previa aminora el impacto y da paso a la ciudad colonial que lentamente se descubre en sus curvas callejuelas, callejones, plazas, jardines y casas de piedra, adobe y cantera. Farolas y balcones de pesada herrería señalan el camino hasta el enorme Don Quijote que cabalga a Rocinante siempre escoltado por el fiel Sancho, los cuales dan la bienvenida al corazón de la ciudad cervantina llena de museos y teatros.

Es domingo 2 de octubre de 2016 en Guanajuato y casi dan las ocho de la noche. El nuevo asistente cervantino ha escuchado que los eventos en la explanada de la Alhóndiga no tienen costo y supone que llegando unos minutos antes podrá posicionarse en buen sitio para disfrutar el espectáculo, pero ignora que atravesar el centro puede ser una labor titánica en donde, si no conoce las insospechadas conexiones de las calles y no posee la capacidad de encoger y contorsionar su cuerpo para deslizarse entre las masas, seguramente quedará varado entre el gentío a pesar de la corta distancia. Pero más puede la determinación del entusiasta primerizo y al sonar las primeras notas de la Orquesta Filarmónica de Jalisco acompañadas por la algarabía del Mariachi Nuevo de Tecalitlán, éste escucha atento rodeado de gente más alta que él mientras observa las nubes y el contorno de los cerros todavía nítidos en la oscuridad de la noche desde la calle Positos.

“Ya lo sé que tú te vas” canta de repente una mujer con voz operística y al cielo lo iluminan apenas unas tres o cuatro estrellas. El entusiasta nuevo asistente se eleva sobre las puntas de sus pies y ve a través del teléfono de algún policía igualmente emocionado el negro inconfundible en la ropa de los elegantes músicos, director y cantante realzado por los destellos dorados de la gala regional tapatía. Los niños sobre los hombros de sus padres disfrutan el concierto sin distracciones; a veces piden los bocadillos que ofrecen los vendedores ambulantes, pero con el acento de una trompeta o un guitarrón sus rostros vuelven de inmediato a centrarse en el espectáculo, y lo mismo hacen los rostros multiculturales de los extranjeros y del asistente primerizo sin importar los empujones, los malos olores y las rodillas cansadas.

“Que honor estar aquí”, dice agradecida la cantante también nueva en cuestiones cervantinas, “qué orgullo porque este festival es mexicano, yo soy mexicana y ahora cantaré la canción de una mexicana” y enseguida las cuerdas de los violines dejan escapar el “Júrame” de María Grever.

Este Cervantino realmente lo será porque se dedicará a celebrar la obra de Miguel De Cervantes Saavedra a causa del cumplimiento de cuatro siglos desde su muerte. Así, desde los colores que visten su imagen este año, el FIC estará empapado de España, pero, aunque suene cliché, al ser Jalisco el estado invitado no podría haber tenido una inauguración más mexicana, pues es imposible, a pesar de los problemas sociales y las decepciones políticas, no sentirse mexicano y felizmente motivado a bailar el “Son de la Negra” al sonar tan sólo el primer compás o resistirse a cantar apasionadamente “Bésame mucho” sobre todo si un mariachi comienza a tocar.

“Amor eterno” entonan a coro todos los asistentes como homenaje al recientemente fallecido cantautor mexicano Juan Gabriel y, como marco a la melancólica canción del amor que traspasa la muerte, unos vagos rayos en el cielo se unen a la función. Para entonces el por primera vez visitante cervantino, sin entender por qué la gente abandona un preciado lugar en el interior (quizá para evitar el inminente congestionamiento vial), cantando “México lindo y querido” ha visto florecer su esperanza y se ha posicionado a un lado de la valla. Ahora, sin perturbaciones más que las de algunos mareados atendidos por paramédicos y gente chiflando al staff que obstruye la vista, el nuevo cervantino observa plenamente  a la orquesta tocar mientras los mariachis cantan “la vida del zopilote es una vida arrastrada” y luego ve fusionarse en un solo, potente e incansable movimiento los arcos de violines cultos y populares al tiempo que se agrega el lamento del “Cielito lindo” en cánones de variados tonos y tiempos hasta convertirse en un “¡ay!” unísono donde todos los instrumentos y las voces se agolpan en su estómago.

Odas a Jalisco y a su novia, Guadalajara, resuenan en el escenario y el espectador ya estrenado captura en su teléfono un recuerdo de su primer espectáculo pirotécnico de inauguración. De la cantante, Bárbara Padilla, toma la bendición para el resto de sus primeras jornadas cervantinas y canta a todo pulmón un último regalo del mariachi, “Caminos de Guanajuato”, con la certeza de que después de tres semanas será un cervantino  experimentado y tal vez tendrá la convicción de que la cultura en cada una de sus variantes vale todo cuando la vida parece no valer nada.

Concierto de gala
Orquesta Filarmónica de Jalisco con el Mariachi Nuevo de Tecalitlán y Bárbara Padilla
Alhóndiga de Granaditas
2 de octubre. 20 horas

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