No sabía qué hacer, quería que la ruta terminara pero no quería que dejara de sostener el tarro de pulque entre sus piernas y después se bajara del coche, no quería que aquella carretera fuese un recuerdo que llevar en el bolcillo. Tenía que dejarla bajar, soltarla con la promesa de volvernos a ver en otra ruta en donde pudiera esperarla al salir del baño de una gasera perdida en el Bajío de México. Sonaba Big In Japan 1984 y decían que nos seguía la luna de los cerros. Pienso que de alguna manera algo se quedó de nosotros visitando cada rancho en el que no paramos, pero la estación no se detuvo de tocar y los kilómetros desistieron hasta llegar a casa. Me pregunto si se dio cuenta las veces que la miré a los ojos mientras manejaba o si contó las veces que dije algo lascivo por las consecuencias de la cercanía de su cuerpo todo el viaje, aunque la verdad no quiero saberlo, prefiero que lo calle y se pierda en sus ojos como esa luna que nos seguía y decían era especial. Así lo prefiero y me quedaré con su contorno perdiéndose en el portón de una calle empedrada.
Ciervos por Arturo Belane
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