La aventura comienza tras una advertencia: el primer trago será amargo. La lucidez del momento hace que las papilas se expandan y contraigan para atentar contra el buen gusto. Lo antes dicho se ha convertido en cierto, y el paladar se percibe excitado ante el calor que insertó la bombilla. Sin embargo, aquella infusión ha resultado en un vaivén de sabores reconocidos por la memoria.
Se matea con los amigos, con la familia, con la pareja. El mate se comparte. Más que una bebida, el mate es una experiencia que te envuelve por completo. La temperatura del agua y la velocidad del sorbo influyen en el sabor, así como la decisión de utilizar o no azúcar. Confieso que no era mi primera vez bebiendo mate, pero en mi defensa diré que la primera vez traté de hacerlo sola, y me rendí. En esta ocasión, alguien me dejó muy en claro que el mate no se revuelve, sino que éste reposa, y que es importante verter agua en él con la firme convicción de que la yerba no se reseque, que esa apertura será la que, precisamente, construirá la bebida. Aquella noche, en la que me han enseñado a beber mate, no logré pegar el ojo. Pero pude leer de corrido hasta las ocho de la mañana. Los que me llevaron a matear me dijeron algo así como “El mate te quita el sueño, pero no te quita las ganas”. Y así fue.
Esta bebida me hizo darme cuenta de que el mate por sí mismo se parece mucho a crecer. O quizá sólo me hizo rememorar aquellas cosas que he vivido, y de las que estoy segura los demás no han quedado exentos, Cuando eres adolescente sueles haber encontrado el agua y la yerba, y comienzas a entrelazarlas, a esto me refiero con el valor que damos a las obligaciones y a los derechos que consideramos nacientes. Si colocamos la cantidad exacta de ambas, la bebida resultará; asimismo, si es que te pasa como a mí, y la primera vez no aprendes a apreciar que después de un trago amargo vendrá a ti la energía y el sabor, te pasará que lo abandones, o que lo cambies.
Nos imagino a todos así: aquellos que tienen constancia, y que se esmeran por conseguir sus metas, soportan la amargura de ese primer trago, soportan incluso que el agua hirviendo les queme los labios y la lengua. Lo recienten, lo resisten, pero sobretodo, aprenden a valorar al mate. Tanto lo valoran que comienzan a compartirlo, lo entregan a otros de una manera desinhibida: comparten su conocimiento y su felicidad, tal como los sureños comparten mate con sus amigos. Y por otro lado, están los que se rinden, y piden al mesero un chocolate o un café, sin importar que sea el común denominador ubicado en cada una de las mesas.
Beber mate significa conocer un sur que no ha sido tocado por nuestros pies, pero que existe en el colectivo de nuestras almas: su sabor cambia entre cada trago, dando paso a un horizonte de posibilidades. Y así la vida con sus maravillas. Una acción que desencadena a la posibilidad que nos transforma, y nos va formando. El mate quizá, se vuelva con el tiempo una tradición entre mis amigos y yo, y espero que así lo sea; pero no sólo el mate se volverá una tradición, lo será también el compartir la vida con la gente que amo.
No importa el choque emocional que signifique crecer, la experiencia será, a fin de cuentas, la que nos convierta en los seres que entregaremos al mundo. Les recomiendo que piensen en ello cuando se sientan abatidos por la soledad o el dolor, que recuerden que tras el sabor del fracaso llegará el estupor de la energía, y que esta energía no va a permitirles que se queden con las ganas… de vivir.
FOTOGRAFÍA DE: OMAR FRANCO (@FRANCOSPEEDGRAPHER)
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