Nunca quise morir traicionado, menos por él.
cegado por la fe divina le confié mis espaldas, y me falló;
llegó el momento de sufrir falsas hambres,
dolores inexistentes y frío,
sueño eterno y soledad;
llegó el momento de añorar la vida, el sol y el mar,
las nubes.
ya no me importa estar bajo tierra
ni ser la delicia de animales carroñeros;
sólo les pido un favor a las larvas:
que mis ojos permanezcan intactos
en los cráteres que figuran mis cuencas,
para apreciar claramente
(y con lujo de detalle)
estos veintitrés metros de tripas
y las toneladas de odio.
nunca deseo la muerte
ni la traición a nadie.
pero hoy que sufro de la peor felonía:
¡te deseo la muerte a ti, pues te confié mis espaldas!
y ojalá tuviera más agallas…
para también traicionarte.