I
Pensé en esta historia cuando el final estaba en la cercanía, cuando la tormenta alcanzaba el llano, cuando no hubo refugio entre los lamentos de estas ruinas y cuando pude, por fin, cerrar los ojos. No fue suficiente.
Pensé que el protagonista hablaría desde los adentros, sin despojar al alma de su culpa, sin evadir fantasmas adheridos a esta piel ausente, pero no pudo sortear los laberintos que mi mente impone sobre la añoranza, no pudo con el llanto sumergido entre tantos muertos y no pudo, siquiera, disponer el cuerpo para no ser sombra.
Puse elementos que eran necesarios y que no podría ser de otra manera, sin ellos me sería imposible este momento. Entonces, dispuse que era jueves por la noche, que la ciudad lejana nos despreciaba con su ruido y que este espacio se llenaría de humo por el cigarro de los presentes, dispuse también la lluvia, qué más sino la lluvia para hacer de esta historia melancólica y común, dispuse mi voz para contarles y sus oídos por demás ausentes, también quise adornarla de memoria y coloque el paisaje cotidiano, los autos y el estrépito de la rutina, las luces parpadeantes de una ciudad sin olvido pero aletargada, el viento eterno y una cascada de nubes que baja desde la montaña.
Y ya con esto, sin profundizar les quise contar la historia.
II
Ya con mi personaje y su precaria descripción, sin capacidades propias para ir buscando su historia y sin siquiera la ruta establecida de lo que iba a pasar con él, empezó el trabajo mental de irle formando una historia con todas las características necesarias para que esto se tornara coherente o por lo menos, no resultara un relato tan insignificante como el nombre que no le di para no causarle un destino. Y quise empezarlo de diversas formas: “vine a Pachuca porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal…” y aquí me detuve porque sin nombre propio era complicado encontrarle un pasado, pensé entonces que: “muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel…” otra vez la dificultad de lo incognito, del fantasma, del nacido sin identidad, de la ausencia de unos ojos que no puedes nombrar más allá de la inmediatez. Así: “en algún lugar de Pachuca de cuyo nombre no me quiero acordar…” aquí el problema lo encontré en mí como narrador, porque efectivamente no me acordé.
¿Dónde radica el viaje?, ¿en el trayecto o en el destino?, ¿en la combinación de ambos incluyendo el regreso? ¡Carajo! El regreso. Entonces pensé que podría contar las historia desde el desenlace, cayendo en la tentación de ir buscando momento épicos que logren hilvanar una historia de esfuerzo, triunfo y feliz, sobre todo feliz porque no podría contar nada alejado de la felicidad, porque tengo la posibilidad de sentirla aunque sea a través de este estúpido fantasma que no puedo nombrar todavía y en el que voy depositando mis ansias de creador, mis ganas de sentir algunos brazos que se descubran para mí y sobre todo de algún calor humano y transitorio que sepa guardar para después mi ausencia, mi pasado y mis palabras.
No sabe uno hasta dónde llegará ni que delirios habitan mientras mira sobre el hombro y piensa que no hay lugar donde enterrar un cuerpo, el suyo.
III
Me encontré sin remedio ante la pared blanca y la nula capacidad de traspasar la puerta que descubre la realidad, o la inventa para arrojarla sin temor a los que intentamos describir la vida nuestra o de alguien que no existe pero que sufre por nosotros, sobre nosotros y se asoma por los ojos de sus narradores.
Sabía entonces que la historia no podía ser lineal, la contaría desde el desenlace, no desde la elegía ni el llanto último antes del olvido, tampoco pasaría sin aspirar a la grandilocuencia del relato, ni mucho menos terminaría por contar un principio como final, la tendría que contar como aspiración, como algo que en su desorden pudiera empezar a relatarse sin demora ni punto de partida, la historia del final contada desde el principio que a su vez termina siendo una rama inevitable que conduce por caminos similares, y nos ofrecen una variable que rematará en el final que cíclicamente retorna al punto de salida, el protagonista como verdadero escritor de su historia que arrastra al narrador a su propio abismo.
¿Cuál es el relato entonces?, ¿el personaje?, ¿el escenario?, ¿quién narra la historia del que se descubre a través de otras voces, otros ojos, otros abismos tan cargados de sus propios misterios que se reflejan en las mismas líneas que relatan otros?
He aquí el resultado.
El final es este, o el principio, una muerte espera tan segura de sí que tocará para nosotros las campanas ausentes.
El nudo es este, el camino se ha vuelto tantas rutas, tantos sueños precipicios prematuros, hay una recta que se bifurca y ofrece una salida que no merece la ventana rota o el nudo precipitado o el disparo dentro de tu boca. Tres pasos avanzados, nostalgias retrocesos.
El principio es este, un protagonista que pensó en esta historia cuando el final estaba en la cercanía.