Hay paquetes que deberían llegar solos por Yair Hernández Cárdenas

Mensajero

Iba en camino a entregar el pedido cuando la jefa me marcó para avisarme que ya no me iba a dar más trabajos. Fue cortés, tengo que reconóceselo; siempre he creído que los despidos y las muertes son noticias que se deben dar con sutileza. En menos de un minuto, y con un ‘Perdón’ al final, me dijo que ya no me presentara en la oficina. Tras colgar, aparqué el carro.

“¿Qué mierda?”, pensé. Tenía en la cabeza la suma de las deudas relacionadas con el departamento y la medicina para Martín. “¡Puta madre!”. Pasé 10 minutos ensimismado, con la cara de idiota y las manos temblando, hasta que una señora tocó la ventana: “Joven, ¿puede quitarse? Está tapando mi salida”.

“¿Y si le pido una última chamba?”, me cuestioné mientras encendía de nuevo el auto. Pero enseguida entendí que no habría chance, la ‘boss’ no se anda con mamadas. Además, como en más de una ocasión me tiró paro para generar un varo extra, había confianza, por lo que no me iba a dejar fuera si no tuviera un motivo que la rebasa.

De vuelta a la ruta – para lo que iba a ser mi despedida del trabajo después de seis años de estarle chingando -, le marqué a Karla para comprobar si el corte había sido parejo. “Hola, Kar, oye, algo bien rápido…”. Ni me dejó terminar: “Yo también valí verga, me llamó hace rato”. A todos les pegó; Karla era una de las más eficientes: siempre puntual, siempre buenas propinas… prescindir de ella era prueba de que el ‘bisne’ andaba gacho. “¿Y sabes si habrá chance de volver? Es que me quedé pendejo y ni pude preguntarle nada más”. Karla se soltó a llorar, pero no me respondió; durante cinco minutos me habló de cómo le iba a dar en la madre por ser madre, además de que no tenía nada ahorrado.

  • ¿En qué te gastaste todo?
  • En puras pendejadas, en puras pinches pendejadas.

Le colgué después de decirle que yo también andaba triste, aunque la verdad estaba relajado: la jefa no cargó solo contra mí, lo que significaba que no era un problema personal. Y recordé que tenía guardada una feria y varios deudores rondando; con que dos de esos me pagaran, tendría para un mes a mis anchas.

Llegué a la casa un par de minutos antes de lo acordado, pero me aguanté en la nave; no me gusta llegar antes porque siempre he creído que es una falta de respeto, igual que llegar tarde. Esperé. Y 60 segundos antes de las 4, me entusé el paquete en la bolsa del saco, salí del carro y caminé hacía la puerta. 4 en punto. Toqué dos veces.

Jefa

No fue la mejor forma de decírselos, pero no tuve otra opción. Algunos de ellos estuvieron desde que empezó el negocio; siempre fueron leales, apechugaron recio. Me dolió cortarlos, dejarlos a su suerte después de tantas entregas. Pero vale más mi vida que la de 12 cabrones. Vale más mi vida que las ajenas.

Un par me lloraron, cuatro me mentaron la madre, Adán solo me dijo que ya se las olía, Marcia me pidió un último jale – que por supuesto no le di – y Karla se quedó en silencio; ella era como… una hija… no, como una sobrina… es raro explicarlo, nunca tan cercanas, pero con un sentido de familiaridad que a veces se tornó sexual. Pobre Karla. Y bueno, ‘Rigoberto, que me sorprendió: sin pedir, sin preguntar. Espero no haberme equivocado con él. Pero tenía que ser; me pidieron uno y les di a uno. No me caía mal, al contrario, pero fue el azar.

Clienta

Las instrucciones me fueron dadas una semana antes: que el siguiente el jueves, o sea ayer, entre las 2 y las 5 de la tarde, un tipo iba a venir a verme. Que seguro iba a llegar en un Mustang negro, placas de Estados Unidos. Que era fornido, tez blanca, pelo negro, veintitantos años y un parecido a Mat Dillon (no sabía quién era ese así que lo tuve que googlear). Y así resultó. También me dijeron que iba a tocar la puerta y lo tenía que invitar a pasar. Que él seguro dirá que solo se encarga de las entregas, nada más. Pero que lo tenía que convencer de entrar si no me iban a chingar a mí. Por eso también me dieron dinero, que para comprarme algo provocativo. Y me compré una falda entallada y un top corto; me veía como actriz porno. Me dijeron que, cuando accediera a pasar, le invitará algo de tomar. Accedió a una cerveza oscura. Sabía que él era desgraciado, pues me mencionaron que hace dos meses había terminado una relación larga y desde entonces frecuentaba a un par de putas de la calle Sixto. Que tenía que aprovechar esa vulnerabilidad para tenerlo en mi casa hasta que ellos llegaran; que incluso si tenía que coger con él, lo hiciera, pero que no lo podía dejar ir. Y por eso también me pidieron, con mucho énfasis, que, desde su primer toquido de puerta, les tenía que mandar un mensaje para que se pusieran en camino.

La verdad era un tipo atractivo. Bien dotado. No la pasamos mal. Me contó que tenía un perro y un departamento en la Virreyes. Aunque todo el tiempo tuvo el semblante preocupado. Cuando escuchó que abrieron la puerta, se sobresaltó. Yo rápidamente dejé de montarme y, sin importar mi desnudez, corrí hacía el patio. Él se quedó vistiéndose y ahí, en mi cuarto, lo toparon. Solo escuché los disparos y luego silencio. Estaba nerviosa, no me habían dicho qué iba a pasar después. Un poco por tonta y por curiosa, me asomé al cuarto: había tres personas tiradas en charcos de sangre, muertas, pero ninguna de ellas era el chico. Y luego, llegaron ustedes.

   

 

 

 

 

 

 

Historia Anterior

Lejanía que me tiene entristecido – sobre la película “Ya no estoy aquí” por Míkel F. Deltoya

Siguiente Historia

Placebo por Selhye Martínez