Con el silbido del tren Luis Enrique Fuentes Padilla

Este texto fue parte de #TodoSuma

Todavía se siente el dolor 1999

La calurosa tarde se empezaba a disipar al momento que la luz del sol se escondía detrás del cerro del muerto, la radio sonaba mientras las cortinas preferían bailar al ritmo que el viento marcaba, soltando suaves latigazos que aparentaban ser fantasmas en la habitación. Francisco se encontraba en un sillón frente a toda esta escenografía que  había sido bloqueada por la melancolía que invadía al anciano. Su hija le había dado la noticia, el taller al parecer iba a cerrar. Y a juzgar por su apariencia desde aquel momento, cualquiera creería que recibió más bien una noticia de algún familiar fallecido, no se había levantado del sillón durante todo el dia y no parecía tener la fuerza para hacerlo, no demostraba tristeza o alguna clase de lamento, solo un increíble vacío tan silencioso como a él le parecía el mundo.

 

Le había dedicado su vida a ese taller, a las locomotoras, y sus manos tenían cicatrices tan viejas como los propios vagones que reparó. Incluso después de no trabajar ahí desde hace 22 años seguía sintiendo el silbido del tren en el corazón, podría decirse que el tren y ese taller fue su primer amor,  del cual ahora tenía que despedirse totalmente, tal era su apego, que aún conservaba su uniforme en el ropero mientras que su gorra reposaba en el recibidor, solo utilizada por el menor de sus nietos para jugar.

 

Una moto rompió su bloqueo, el sol se terminó de ocultar y las farolas y luces de la plaza patria y la catedral se encendieron, apagó la radio y subió a la terraza. La vista y el aire fresco lo ayudaron a volver totalmente a la realidad, a lo lejos, se escucho el tren, nunca lo había llenado de tanta nostalgia como ahora. Apretó las manos contra la barda que delimitaba el techo y soltó un suspiro que se perdió en las calles de la ciudad junto con el último silbido del tren.

 

Solamente una vez 1941

—Carros y ruedas, mañana a las 7–dijo su Madre al mismo tiempo que le lanzaba su gorra al pecho.

—¡¿Enserio?!—salto emocionado Francisco mientras admiraba su nuevo accesorio que le daba la bienvenida a su primer trabajo.

—Solo comportante, recuerda que no es un juego y por favor no vayas a hacer alguna mensada.

 

Su madre salió del cuarto. Francisco se probó su gorra, ahora la similitud con su padre era innegable, la piel morena y los cabellos despeinados proyectaban la fotografía que su madre tenía en la sala, en el sucio espejo de su cuarto. Su abuela tan pronto escuchó la noticia dejó a Agustin Lara sonando solo en el patio y se encaminó al cuarto.

—Igualito—dijo con un tono de voz que combinaba la emoción con la nostalgia—igualito mijo.

 

Se acercó a él, le acarició la cara y salió antes de que las lágrimas corrieran por su rostro, no sin antes decirle que limpiara el espejo.

 

Cuando la noche decoró las calles, Francisco se encontró con Lucio.

—Así que al fin iras al taller—exclamó al verlo llegar.

—Te enteras de los chismes más rápido que mi abuela.

—Viene de familia-respondió Lucio

Lucio había conocido a Francisco desde los 5 años en la típica reunión familiar que terminaba convirtiéndose en una fiesta de todo el barrio. Constantemente la abuela de Francisco los tenía que ir a rescatar de algún problema en el que se habían metido. Ahora que eran mayores, sus aventuras ya no eran tan arriesgadas, solo largas charlas sentados sobre huacales abandonados y algunas correteadas con Solovino, el perro de la cuadra.

Esta vez, la charla se mantenía en un silencio que únicamente era interrumpido por los tragos que le daban al refresco que estaban compartiendo.

—¿Qué piensas?

—En qué punto debemos de dejar de ser niños- dijo Francisco mientras veía al cielo

—¿Te refieres a cuando nos tenemos que hacer aburridos?-bromeó Lucio

—Algo así

—Tal vez el mundo es el que se hace aburrido y nosotros no. Solovino que traía una envoltura en la boca se acercó a ellos.

—No quiero cambiar con el mundo.

Siguieron hablando hasta que fue la hora de volver a casa, Francisco seguía pensando en lo que le dijo Lucio, ¿el trabajar lo convertiría en un adulto o en un niño tratando de probarse así mismo que podía hacer algo útil y valioso en esta vida?, ¿y porque si realmente quería convertirse en adulto, no quería dejar de ser niño?.

 

A la mañana siguiente, salió muy temprano de su casa y a pesar de tratar  de  no despertar a alguien al momento de partir, la puerta de metal anunció su salida con su estruendoso azote que retumbó dentro de toda la casa. Al caminar por la empedrada calle, los nervios y la emoción lo empezaron a carcomer, por un lado, estaba feliz de formar parte de este trabajo al que tantas familias hidrocálidas pertenecían. Pero por el otro, el hacer un mal trabajo  o  cometer algún tipo de error le causaba un enorme pánico.

 

El cielo de la ciudad comenzaba a tornarse de un azul cada vez más claro anunciando la llegada de un nuevo día, los negocios abrían y los trabajadores salían de sus hogares  para su nueva jornada. Mientras los sonidos de las locomotoras se hacían más fuertes y recurrentes, el  número  de  hombres  vestidos  con overoles y gorras también se intensificaba. Había visto los talleres desde lejos toda su vida, ahora estaba ahí, frente a ese monstruoso complejo de metal, madera y piedra que se cubría de vapor y humo por donde lo viesen. Los vagones, repletos de material en crudo listo para ser enviado y procesado en otros lugares de la república. Vestidos elegantes, maletas, animales y

 

paquetes, todos subían y descendían del tren, anunciando su presencia con sus exhalaciones de vapor y su silbido que se impregnaba a la esencia del estado. Las grúas levantaban pesadas  vigas  de hierro que se convertirían en vías y llantas que los trabajadores movían por todo el complejo, tantas tareas sucediendo al mismo tiempo en un solo lugar, cuya importancia no era ignorada por los habitantes, ni por el resto del país.

 

La mente de Francisco se encontraba distraída y maravillada con las imágenes y sonidos que presenciaba, tanto que no se percató de una joven que cruzaba frente a él y con la que terminó colisionando.

La joven se quejó por el impacto y de sus manos se resbalaron algunos papeles y una cámara fotográfica que por el sonido que hizo al impactarse, posiblemente no había salido ilesa.

—Preste atención al camino— exclamó sutilmente la joven mientras recogía sus pertenencias y dirigía una fuerte mirada al que la interceptó.

 

Francisco que se había agachado para ayudarle se quedó pasmado en el suelo, sin saber bien si fue por la mirada asesina que le habían dirigido, o por la belleza de la chica con la que colisionó. Sin saberlo, Francisco se acababa de enamorar de dos figuras por primera vez.

 

O jos negros, piel canela 1950

Francisco no imaginaba que aquella chica que importuno en su primer día de trabajo sería aquella que lo acompañaría al altar 5 años después. Mientras el sacramento se realizaba, en su mente se proyectó aquella tarde del 41 en la que se preguntaba cuál sería su futuro, recordó a ese chico delgado y de pelo alborotado con ternura, preguntándose cuál sería su siguiente sorpresa en la vida.

La sorpresa terminó llegando una lluviosa mañana de Junio, una pequeña niña que lo miraba con los mismos ojos de su madre, pero sin la amenazadora actitud y con el mismo color de piel del padre que hacía indiscutible el parecido. Camila fue el nombre acordado para la niña. Francisco supo desde el primer momento que la vio que su vida nuevamente había cambiado, el formar una familia siempre había sido una gran sueño para él, quería estar presente para su hija  y estaba dispuesto a ser responsable para  darle la mejor vida posible.

 

Pero no todo era fácil, su trabajo en los ferrocarriles constantemente era demasiado y el pago no era el ideal ahora que su familia crecía, la comunidad ferrocarrilera tenía un descontento que se hacía más y más notorio a lo largo de todo el país. Francisco temía el tener que dejar su trabajo para poder procurar más a su familia. ¿Pero a dónde iría?, no sabía hacer otra cosa, toda su vida y sus habilidades giraban en torno a ese trabajo que cada vez se hacía menos rentable y más peligroso. Cada cierto tiempo un accidente presionaba y preocupaba aún más a los trabajadores. Los talleres se habían tenido que adaptar con la llegada de las nuevas máquinas Diésel, y ahora las vías iniciaban a

 

sustituir los grandes pistones por ruidosos motores que hacían vibrar aún más fuerte el suelo y aunque Francisco no quería admitirlo, si sentía cierta nostalgia de las ahora viejas locomotoras con las que había crecido.

 

Lucio le había ofrecido un trabajo en su oficina, pero la idea de estar anclado a un escritorio durante toda su vida no era algo que podría soportar. Seguía amando esos talleres como el primer día que los vio, el volver a casa le parecía un viaje al pasado, pasaba frente al café donde volvió a encontrar a la chica que importuno y donde tiempo después llevó en su primera cita. La primera de sinfines tardes de largas charlas, caminatas o incontables besos en el Jardín San Marcos.

Sus preocupaciones se desvanecían mientras más se acercaba a su casa, ahora ocupada por su esposa e hija en vez de su madre y abuela que hace varios años habían partido. La casa se había mantenido casi igual, algunas pintadas para que no se notara tan vieja de las paredes, pero en esencia seguía siendo la misma. Suspiraba siempre al ver la vieja silla del patio en la que su abuela se mecía por las tardes, con la música y el sonido de los pájaros como ambientación, le sorprendía lo tanto que el mundo cambiaba con unos años, pero ahora ya no le tenía miedo al cambio, sabía que el cambio traía cosa buenas, como aquella niña que arrullaba en su brazos mientras se mecía en la vieja silla del patio.

 

Para llevarte mi felicidad 1977

Se había terminado, salió de la oficina sin sentir las piernas de la noticia, se sentía desechado y despojado. ¿Quiénes eran ellos para saber que no podía seguir con el trabajo?, no era tan viejo como para jubilarse ya, ¿o si?.

 

Recorrió por última vez los talleres, veía los vagones siendo reparados en aquellas gigantescas naves que solían ser su segunda casa a la cual ya no podría ir más, observaba sus manos que habían trabajado por aquel lugar tanto tiempo. Sabía que el auge de los trenes estaba acabando, los aburridos autobuses iniciaban a ocupar las carreteras desplazando a las locomotoras lentamente a su ruina, pero no se imaginaba que sería él quien se fuera antes que el tren.

 

Al salir del taller vio todo el complejo, la casa redonda, la estación, la zona de carga y alguna que otra estructura que se mantenía exactamente igual a como él las conoció. Los ojos que ahora las observaban eran los mismos de aquel adolescente del 41, aún repletos de fascinación y amor por el lugar. Caminaba lento, queriendo poder mantenerse el tiempo que pudiera en el lugar, no quería irse, no podía irse.

 

Su trabajo había significado todo para él, fue el origen y el sustento de su familia. Familia que ahora estaba aún más quebrada desde que su esposa se fue. Su hija era lo único que le quedaba, aunque ahora ella tenía su propia vida y familia a la que cuidar.

 

Se sentó en una de las bancas cercanas a la estación, se sentía fuera de su mente en esos momentos, como si lo hubieran echado de su propia vida y ahora alguien más

 

controlara su cuerpo. El mundo ahora le parecía gris. Mientras su cuerpo se levantó y se fue, su corazón fue abandonado ahí, esperando a que volviera por él algún día.

 

Como me duele 1999

Aunque le costara, Francisco sabía que tenía que despedirse de aquel lugar que tanto le había aportado. A la mañana siguiente, se levantó igual de temprano que su primer día de trabajo, su nieto, quien había insistido en ir con él, ya estaba listo y en la puerta mucho antes que él.

 

Al salir, la fría mañana contrastaba con el clima que habían tenido el día anterior, su trayecto fue el mismo que el de su primer día de trabajo, pero debido a los cambios que la ciudad había sufrido, no parecía serlo. El café ya no existía, la casa de Lucio estaba abandonada desde que su familia se había ido a la Ciudad de México, que curiosamente había coincidido con la despedida de la última locomotora de vapor que compartía el mismo lugar de destino.

 

Mientras caminaban, Francisco le contaba a su nieto todas sus anécdotas del trabajo, desde el incendio de la aceitera hasta como los trenes transportaban a todo tipo de gente proveniente de Jalisco, Querétaro, Zacatecas o cualquier otro estado de la República. También le contaba el origen del apodo chorreados y todos los movimientos que los ferrocarrileros iniciaron para exigir ayuda al gobierno, incluso cuando estos no terminaron bien.

 

Un camino de memorias fue el apodo que su nieto le puso al trayecto, el término le agradó a Francisco. Pensó en todos los ferrocarrileros que vio cuando se dirigía al trabajo, el que habrá sido de esas personas, cuáles serían sus historias y memorias que guardaban de los talleres. Normalmente su trayecto duraba unos 25 minutos, pero el ir recordando, le hacía parecer que el tiempo se detenía.

 

Al llegar, algunos trabajadores se quejaban en la puerta de metal que daba paso a los talleres, unos exigiendo su liquidación y otros exigiendo entrar a trabajar mientras los guardias custodiaban el lugar. Después de que la popularidad de los trenes bajará, un estudio redujo el área del recinto a solamente 30% para posteriormente terminar siendo totalmente cerrada. Ahora los talleres que fueran la casa de la mayoría de trabajadores hidrocálidos estaba en ruinas, sus vigas de metal se oxidaban y los agujeros en los  techos dejaban que el recinto se encharcara cuando caía la lluvia. Lo que representaba la modernidad de Aguascalientes, ahora se convertía en un desierto y abandonado sitio.

 

Decidieron contemplar el lugar desde el mismo punto donde 22 años antes, Francisco fue obligado a decir adiós a su trabajo, fue entonces que las palabras que compartió con Lucio resonaron en su cabeza, ya había cambiado con el mundo. Cuando tuvo que irse de su trabajo, el mayor cambio lo había vivido él, ahora que el taller había cerrado, los

 

dos habían perdido algo, su esencia. Pensó que ahora ambos estaban perdidos, despojados de su identidad, pero aun de pie.

—¿Qué le harán lugar?— preguntó el niño

—Supongo que solamente lo dejarán allí, a que acumule polvo y ratas—volteo a ver a su nieto—¿Qué le pasa a un taller de trenes que ya no tiene trenes?

—Se queda desempleado—respondió divertido

El viejo se carcajeo, eso eran ahora, un par de desempleados con nada más que viejas historias y algunas cicatrices.

Antes de irse volteó una última vez a ver el lugar, sonrió y se volvió a encontrar así mismo, con la ausencia de un silbido de tren.

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