Costa de Marfil para despedir el primer fin por Rebeca Lps

Fotografía: Leopoldo Smith Murillo

En punto de las ocho del domingo, se anunciaba en la Alhóndiga la tercera llamada para el inicio de un espectáculo que auguraba un despliegue de sonoridades africanas traídas desde la mismísima Costa de Marfil.

En cuanto a eventos, era un día saturado; había funciones callejeras gratuitas en el Jardín de El cantador y en la Plaza de San Fernando, además, en el Teatro Juárez se presentaba la orquesta de la casa, la OSUG, con un espectáculo que prometía estar a la altura de sus conciertos en ediciones previas del Festival Internacional Cervantino (FIC), por lo que la Alhóndiga no se encontraba llena a toda su capacidad.

La voz de la cantante Dobet Gnahoré marcó el inicio del recital, pero el público rápidamente se dio cuenta de que saber modular su voz no era, ni de cerca, su único talento. Pronto inesperados sonidos de instrumentos acústicos tradicionales tocados por ella misma se intercalaban con su voz. Las piezas resultaban una mezcla entre música ambiental con post rock, pero aderezadas con el timbre de la cantante, quien acompañaba su ya virtuosa ejecución con bailes a un ritmo que lograba emocionar al público, extasiado durante esos momentos dancísticos y al final de cada canción.

Los bailes de la artista eran enérgicos y hacían uso de toda su corporalidad, incluyendo su largo cabello trenzado que hacía girar en rehilete cuando las percusiones eran más rápidas. Sus piernas igualmente hacían gala de una fortaleza extraordinaria al conseguir dar brincos intercalados con su danza que alcanzaban, probablemente, el metro de altura y se aderezaban con unos gritos melódicos que Dote lanzaba si la efervescencia del movimiento no era suficiente para desatar toda la intensidad de su performance. Estos podían evocar sonidos rituales que, como los instrumentos acústicos, lograron insertarse en la música con la mayor de las armonías. Cabe destacar que esta artista, ganadora del Grammy en 2010 a la Mejor interpretación urbana, canta en siete idiomas africanos distintos.

A pesar de no estar lleno, el recinto albergó esa noche a espectadores que atendían el espectáculo desde una presencia tan atenta que lograba apapachar a los músicos con honestos vítores y aplausos, algo que resultó mucho más evidente rumbo al final, cuando lo hacían por inercia acompañando las últimas canciones sin necesidad de que Dobet lo pidiera, algo no tan común cuando de artistas desconocidos se trata.

A las 8:50 en punto el público ya está de pie, bailando con desenfado, inspirado por las oscilaciones de Dobet y los ritmos africanos de sus músicos, despidiéndose del fin de semana todos juntos en una danza orgánica.

Fotografía: Leopoldo Smith Murillo

Dobet Gnahoré
13 de octubre de 2024
Explanada de la Alhóndiga

Historia Anterior

La maravilla que es amar por Joan Carel

Siguiente Historia

Una probadita al folclor de los Balcanes por Rebeca Lps