Un día me empezó a salir una especie de protuberancia en mi brazo izquierdo. Decía que era mi retoño y me burlaba de él con mi hermana y con mi amiga Pau. Esa extensión de mi cuerpo formaba aún en su excrecencia un lugar en mi cotidianidad y mis hábitos. Mamá dijo que tenía que ir al doctor y después tuvieron que quitarla con una pequeña intervención que pude ver porque sólo me habían puesto anestesia local. Esa perspectiva de lo que era con el hueso y la piel expuesta sólo me había ocurrido una vez cuando de niña me caí de un árbol. Por eso la situación o esa naturaleza de planta me parecía un deja vu. Era como ser la criatura sin nombre de Frankenstein: las figuras cosidas, las cicatrices, la idea de no poder tocar ningún pensamiento sin que causará dolor. Cuando esa masa de algo (que nunca supe que era) se perdió en el laboratorio del hospital sentí un poco de tristeza porque imaginaba que sentía perdida en algún frasco de cloroformo sin una etiqueta que le diera identificación. Creemos que decidimos que trozos de nosotros se quedarán bajo tierra.
Criatura por Gabriela Cano
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