Cuando fuimos jóvenes nos sobraban los motivos para salir cada tarde a disfrutar con los amigos esas pláticas que no aportaban nada en particular; ahora buscamos un buen motivo para organizar una reunión que nos permita continuar esa amistad.
Cuando fuimos jóvenes sentíamos la pasión, nos entregábamos sin miramientos, sin condiciones ni letras pequeñas, sin cláusulas de prohibición; ahora vamos analizando de pies a cabeza buscando una oculta intención, procurando ser cautelosos como si de una trampa se tratara eso del amor.
Cuando fuimos jóvenes nos atrevíamos a ser, sin importar la crítica, 'hicimos lo que quisimos', cuando fuimos jóvenes no dejábamos de soñar, queríamos cambiar al mundo, inventábamos herramientas, manejábamos transportes, creábamos caminos, todo con la imaginación; ahora que somos grandes hicimos a un lado los sueños por un trabajo que nos da 'estabilidad', nos da pena hacer algo más por el miedo al 'qué dirán'.
Cuando fuimos jóvenes bastaba ver a una persona sufrir, atravesar alguna necesidad para buscar la manera de ayudar, ahora que somos grandes, caímos en la individualidad, esa donde primero está mi beneficio y después pienso si quiero aportar a alguien más.
Cuando fuimos jóvenes no importaba condición económica o social, ahora le sacamos vuelta si un individuo se nos acerca con poco aseo personal, juzgamos sin saber la vida que ha de llevar, nos dejamos guiar por los prejuicios tan podridos que invadieron nuestra correctísima sociedad.
Cuando fuimos jóvenes fuimos libres, libres de verdad, porque nuestra mente y alma podían volar a través del espacio y el tiempo, porque todo lo podíamos lograr, ahora la rutina nos impide ir más allá, nos limita el pensamiento y nos ahogamos en un vaso de agua, siendo que de pequeños aprendimos a vaciar y volver a llenar el mar.
Cuando fuimos jóvenes vivimos de verdad.