Daiquiri. Por Daniel López Romo

 

Esta historia me sabe a daiquiri de esos que toman las señoras ricas o los muchachos de cartera recortada en bares de una ciudad montevideana con la a fresa sobre la boca, entumeciendo labio y memoria, y veo en el pasado tu figura mientras te acercas.

Los ojos verdes siempre me despiertan lo malinchista. Llevas la melanina de la piel corrida y mi moreno se prende en fuego mientras me hablas sobre psicología o preguntas cosas de semiótica que te explico magistralmente en mi borrachera. Los semáforos sólo cobran vida si hay quien les vea o les ignore; hablan idiomas de prudencia o posibilidades de retar a la suerte. Cómo quiero que te calles y me des un beso.

Se asoma el sol sobre la rambla y los sobrevivientes de la pista de baile volamos en parvada a sentarnos para ver al día nacer. Todo se ve más bonito borracho, en el miedo enorme a perder el tiempo mientras escuchas a las olas repetirse… a lo mejor por eso decimos cosas que nos parecen más verdad  que en cualquier otro momento, todo se guarda para siempre hasta despertar de esta fiesta.

Te invito con la mirada hacia una esquina para poder orinar. ¿En Uruguay también mearán en rioplatense?, ¿con qué acento besan los azul celeste? Van volteándose los roles y te disculpas en anticipo por el pavor que te das al estar conmigo. Te pregunto aunque no deba si puedo nadar un rato por tu lengua que tanto me contó en la juerga. Cómo quiero callarla y deshacerle las marañas.

El silencio lo interpretamos siempre como un permiso… ¡pero qué tontos somos!

Tu pulso acelerado me supo a ojo verde, a hombre somnoliento a otro hombre, a oportunidad increíble, a ruido de subibaja.

Abro los ojos, los tuyos se parecen al Río de la Plata a espaldas nuestra. No es metáfora barata de inmensidad, están hondos y empapados. Lloras porque invocaste con mi boca al chico que habías amado y a su madre cuando los separó por encontrar la carta donde hablabas de amor con tinta primeriza, inquieta, berrinchuda. Me cuentas cómo le perdiste cuando se colgó del techo de su cuarto y lo mucho que quisiste poder salvarle o por lo menos haberte quedado a su lado.

Se fue, se te ha ido todos los días desde aquel donde ya no estabas y ahora lo ves entre mi cara y perfume, Federico.

Lloraste mientras pasaba una patrulla policiaca y qué patán fui en mi mente, pensando solamente en seguirte besando como inyección antirrábica, antirrecuerdo, antiamorprimero. Por escucharte tuve todo tu interior abalanzado en un abrazo agradecido y palabras donde desconfiabas de un futuro donde te encontrarías a ti como a la idea falsa que te hiciste sobre mí y sobre la mucha aceptación de mi verdad, en un lapso de una noche vuelta día.

Ya no te vi nunca. Apenas me acordé de tu nombre. Yo también vi a un amor partir de mi vida como muerto y no atiné  a decirte que también le velaba sobre tus labios. No sé si el agua sobre el Atlántico Sur se llevaría en su viento o en el correr en reversa del escusado tus dudas sobre la vida pero cuando pienso en ti los labios repican fresas y la noche refresca como daiquiri.

 

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