Para comenzar a escribirle a alguien más, he de escribirte a ti primero. Nuestra historia tuvo un final, pero mis letras aún no.
Te contemplo en la marca del olvido, ahí donde duele porque el recuerdo no quiere ser desterrado, ahí donde adora a la eternidad del pensamiento y se rehúsa a salir corriendo.
Sabes a melancolía y a un cuchillo clavado en mi corazón.
He de estar mirándote en fotografías donde ya no eres, donde los ojos se te ven opacos y ya no están mis labios sino un cigarro sobre tu boca.
Ya no son mis manos de escritora las que acarician tus mejillas pálidas, sino las manos de una chica común y corriente de la que te enamoraste, solo por aparentar no estar roto ni cargar con ese amor desgarrado que te marcó profundamente.
Te recuerdo casi siempre al sentir las manos de alguien más sobre las mías. Constantemente sueño despierta y mi mirada se pierde en lo que ahora es lejano y no ocurrirá de nuevo, jamás.
No es agua lo que se me desborda de los ojos, eres tú rompiéndome el corazón.
Ahora los vacíos son los que lloran por ti, no esta desvalida chica que lleva colgando entre manos a ese amor a medias: tan aferrado, tan contundente, tan triste.
Con miedo,
con rencor,
con amor porque aún le quedó un poco.
¿Y qué se le hace al amor que no se puede entregar?
Se oculta,
se guarda,
se pospone,
se olvida.